Proyecto Sherezade está marcado por su momento y lugar de nacimiento. Nació cuando los dos editores éramos estudiantes de doctorado del programa de literatura en la Universidad de Princeton, en Estados Unidos. En esos momentos sólo una gran universidad americana con grandes recursos podía ofrecer a gente joven como nosotros fácil acceso y asesoramiento al medio tan nuevo y en continua evolución que era internet. Proyecto Sherezade surgió para intercambiar cuentos entre el reducido grupo de alumnos que estudiábamos las literaturas hispánicas en un campus americano, es decir, que nació más como una intra-net que como una inter-net. Como por esa época los programas buscadores de internet empezaban a funcionar (Excite, Infoseek, Lycos, etc.), empezamos a recibir correos electrónicos de gente de otros países que casualmente habían encontrado las páginas de nuestro cuentos, que los habían leído y que, a veces, nos enviaban los suyos. Entre esos primeros colaboradores había muchos en situación similar a la nuestra, es decir, personas de habla española que por diferentes motivos (exilio político, trabajo, estudios, etc.) se hallaban en países como Canadá, Suecia, Australia o Nueva Zelanda, en los que tampoco existía una comunidad de habla española considerable. A esta diáspora responde que muchos de los autores de la primera época aparecieran con dos países tras su firma al final del cuento: el del país en que habían nacido y el del país en que residían. Gracias a éste segundo país tenían acceso a internet, algo que no era tan frecuente en España o Latinoamérica. Un grupo importante eran, también como como nosotros, personas que trabajaban o estudiaban en universidades de países anglosajones. Otro grupo característico de esa primera época era el de aquellos cuyo trabajo estaba directamente relacionado con el mundo de la computación, tanto en países hispanohablantes como no hispanohablantes, lo que les daba el acceso y los conocimientos para usar internet. A grandes rasgos, muchos de los miembros de este segundo grupo eran varones jóvenes con títulos de ingeniería electrónica o similar, mientras que el primer grupo era más variado en formación y género.
Un panorama semejante se reflejaba en los lectores que nos seguían, algo que las estadísticas nos permitían contabilizar: la demografía y la facilidad de acceso a la red eran los principales factores. La mayoría de los lectores venían de México, España y Argentina, pero curiosamente el número mayor venía de dentro de Estados Unidos (Jauregui). En parte esto se debía a los muchos hispanohablantes que hay en este país, pionero en el uso de internet. Sin embargo, la popularidad de Proyecto Sherezade en los Estados Unidos se debía en gran parte a que los cuentos eran usados por profesores de universidades y colegios de educación secundaria para la instrucción de sus alumnos de español (Martín Mohedano 121). Ese aspecto no ha cambiado desde entonces, excepto que muchos profesores de lengua y literatura en español de otros países se han ido sumando. También ha habido casos en que los cuentos se han usado en países hispanohablantes para proyectos de alfabetización de adultos. De hecho desde Proyecto Sherezade hemos potenciado ese aspecto pues los creadores y editores del proyecto trabajamos precisamente en medios de enseñanza. Vimos que el cuento, sobre todo el cuento en línea, por su brevedad, variedad e interés era perfecto para enseñar la lengua a estudiantes de español de nivel intermedio, que en su mayoría no habían tenido ningún contacto con la literatura, y menos con la hispana (Fernández).
Poco a poco, el círculo de colaboradores se fue ampliando y los cuentos empezaron a llegar de autores de los países hispanos con más medios, como España, Argentina o Chile, y luego de otros países de Latinoamérica, a medida que se iban incorporando a la red (Lamo Jiménez 2012). Esta ampliación de autores y lectores supuso una serie de problemas técnicos ya que el mero hecho de enviar un texto no era algo tan simple por aquel entonces. Los acentos y símbolos como la “ñ” o el símbolo de apertura de interrogación "¿" nos llegaban distorsionados. Igualmente los lectores se quejaban de que sus navegadores (Mosaic, Cello, Lynx, Netscape) reproducían los cuentos con garabatos extraños donde debería haber una vocal acentuada. En unos pocos años, esos problemas desaparecieron al avanzar y simplificarse los métodos de transmisión y recepción. A pesar de las nuevas posibilidades que las nuevas implementaciones de lenguajes para la creación de páginas de internet (Java, XHTML, etc.) ya ofrecían, los editores de Proyecto Sherezade, decidimos mantener una forma de publicación simple, es decir, actuar casi como una imprenta y limitarnos al texto, con pequeñas ilustraciones y la posibilidad de que los lectores nos enviaran sus opiniones de manera automática. En cierto modo estábamos haciendo lo mismo que años después harían los libros electrónicos o ebooks, que se limitan a ofrecer el texto en pantallas que imitan la página impresa. En el aspecto de didáctica de la lengua, hemos incluido cuentos leídos por sus autores y hablantes con diversos acentos, ejercicios autocorregidos, vocabularios paralelos, y toda una serie de posibilidades que la lectura en pantalla permite.
Al menos la mitad de los textos que recibimos pueden inscribirse sin dificultad en el ámbito de “lo real maravilloso”. Los ecos de García Márquez se escuchan con claridad, por ejemplo, en “Historia con algo de agua” de Adrián Nazareno Bravi, un autor nacido en Argentina pero cuya vida ha transcurrido casi íntegramente en Italia:
Una madre puede amar a su hijo aunque éste sea un ictiosauro, pero creo que mi naturaleza alteró algo su amor maternal, quitándole de su regazo el sueño de acunar a un niño como tantos otros. La vecindad pronto supo de mi existencia y en torno a mí se crearon las fantasías más crueles que pueda concebir la mente humana. Alguien supuso una monstruosidad ovípara, imaginando a ese anónimo padre como una suerte de reptil; conjetura que luego fue desmentida por otro vecino que me imaginó como una pequeña e inocua lagartija. Quien suscitó toda esta fantasía fue simplemente el doctor Álvarez que contó, ateniéndose en parte a la realidad, que mi cuerpo estaba recubierto por una veladura rubia transparente que pronto comenzó a caerse descubriendo entonces unas pequeñas y desparejas escamaduras azuladas.
Y la rebeldía de la neo-vanguardia que palpita en los cuentos de Cortázar también se deja sentir entre nuestros autores más fácilmente clasificables como "realistas mágicos", por ejemplo Gustavo Daniel Arias, el argentino autor de “Ramona”:
La sirvienta de una casa burguesa aparece todas las noches en televisión. En sucesivas noches de horror, sus patrones la ven dándole indicaciones a Michael Jordan en el torneo de la NBA, entre el Papa y Fidel en La Habana, en el telón de fondo de una conferencia de prensa del atribulado Clinton departiendo con un alto funcionario que la escucha con religiosa atención, del brazo del líder de la OLP en Helsinsky y recibiendo el Premio Nobel de física en Estocolmo.
Igualmente, una voz lírica y desesperada, con resonancias de Rulfo, da fuerza narrativa a muchos cuentos de Proyecto Sherezade. Es una voz en presente, pero que nos llega desde un tiempo incierto que engloba todos los tiempos, una mezcla inextricable de presente y pasado, como en el vibrante comienzo de “Yo”, del peruano afincado en Francia Félix Toshi:
Estoy atada. Es de noche.
Tengo miedo a la oscuridad.
Mamá me amarraba las manos y los pies, para no estarle pateando y puñeteando a los malos sueños que me vienen en la oscuridad de la noche.
La boca no me la atan, por allí se me escapan los gritos de miedo, y la baba que moja mi ropa.
Los juegos simétricos de los cuentos de Borges, con sus implicaciones metafísicas, son también la inspiración de muchos cuentos, como se observa en la inquietante apertura de “Círculo (La maldición de Everett)” del español Marc Sil:
Avanzó por la resbaladiza acera en dirección hacia su coche y vio en el suelo un objeto brillante que le absorbió plenamente la atención durante unos segundos. Le sacudió el mismo vuelco mental que nos prende a veces en el principio del sueño y prosiguió su marcha en medio del frío hacia su automóvil. En sentido contrario andaba un hombre. Su vestimenta le llamó la atención al ser idéntica a la suya, el mismo traje, la misma gabardina y los mismos grises pantalones. No sabía entonces el profesor de física que aquello significaría el preludio de su desgracia.
Y un tema tan borgiano como el del odio a los espejos da pie a “El espejo” del colombiano Mario Lamo Jiménez (2009), en el que un fino humor envuelve las angustias del protagonista:
Ya no hacían los espejos como antes. Ahora todos provenían de la China, y simplemente reflejaban las cosas a su manera, a grado tal, que en vez de invertir las imágenes, las enderezaban, obligándolo en ocasiones, paradójicamente, a verse tal como era. Por ejemplo, el lunar que siempre le había aparecido en el espejo en la mejilla derecha, ahora le aparecía en la izquierda y más de una vez le había dicho al dentista que le dolía la muela equivocada. Definitivamente, debía deshacerse de ese espejo, aunque no sería asunto fácil. Se lo había regalado una amiga; medía dos metros de alto por uno de ancho, estaba empotrado en la pared y debía pesar no menos de 20 kilos.
Por supuesto, no todas las influencias literarias son hispanas, y entre las que no lo son es fácil destacar la de Franz Kafka, el único autor extranjero que es tan influyente sobre nuestros autores como lo son los del “boom”. Aparte de la proclividad a las metamorfosis, tan del realismo mágico, la prevalencia de la influencia kafkiana se explica quizá por la historia dictatorial de los países hispanos, que hace fácil comprender para nuestros lectores lo absurdo del brave new world que habitamos. El contexto de las ficciones kafkianas que recibimos es muchas veces marcadamente político, como en “La guagua” de Jorge Luis de la Paz, un cubano afincado en EE.UU., en la que el conductor se niega a parar o dejar salir a los ocupantes del autobús sin motivo aparente:
La guagua aún marcha perdida por sobre praderas desconocidas. Los más valientes continúan arriesgando sus vidas. Muchos quedan en el empeño. Pero los mueve la esperanza y el ejemplo de los afortunados. Otros piensan que Santana tendrá sus razones para hacer lo que hace, después de todo es su guagua, ¿no? Los más optimistas, esperan que la gasolina se agote. Algunos, quisieran poder conducir si Santana les diera una oportunidad, lo cual es poco probable, puesto que las manos de Santana están bien aferradas al timón y, para su edad, conserva buenas energías. Otros más, esperan que se canse o se duerma sobre el volante para echarlo a empujones. Los creyentes le piden a Dios que se lo lleve de una vez. Pero todos, todos sin excepción, se preguntan:
“Coño, ¿cuándo parará esta guagua?”
En definitiva, nuestros autores aún encuentran en la tradición literaria el referente con el que enfrentarse al mundo actual, aunque la tradición literaria que más pesa en ellos se circunscribe al siglo XX.
Creemos que en esto está claro que es el lector el que manda, este nuevo lector ideal cuya impaciencia va mucho más allá de lo “denunciado” por Lope de Vega en su Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, en el que se hacía notar que ya el público del XVII necesitaba una gran densidad de contenido para retener su atención por horas: “que la cólera / de un español sentado no se templa / si no le representan en dos horas / hasta el Final Juïcio desde el Génesis” (vv. 205-208).
Para quienes amamos la ficción breve (cabría decir, para quienes la amamos cada día más y cada día más breve...) esta metamorfosis del lector representa una extraordinaria oportunidad. Si bien es verdad que la gran novela está viva y coleando en las librerías, donde los títulos de Ken Follet siguen haciendo caja, también es verdad que el futuro de la lectura parece estar en la red, y por tanto que el cuento, como género, parece más adaptado a la comunicación y la sociedad del futuro. Es posible que el cuento, en vez de hermano menor, llegue a ser el mecanismo narrativo primordial del futuro, tal como lo fue del pasado, a lo largo de esa eternidad en la que el hombre vivió sin acceso a la imprenta. El hecho de que muchos de los cuentos al alcance del lector, como ocurre en nuestra revista, sean material gratuito, frente a una novela que sigue siendo generalmente gravosa, debe ser beneficioso para el futuro del cuento considerando la economía desigual que se avecina en las próximas décadas... Está también claro que el microcuento es más apetecible (más comprensible) para un número de lectores con una preparación cultural escasa pero con acceso a la red (la mala ortografía de muchos de quienes remiten comentarios a nuestra página lo atestigua). Y lo mismo puede decirse para los lectores que están aprendiendo ahora nuestra lengua y no pueden enfrentarse aún a textos más largos, los cuales son también una parte considerable del público. Por todo ello, el cuento breve parece ser el campeón literario del momento.
Pero la influencia del lenguaje cinematográfico puede cuajar en creaciones valiosas, y bien equipadas para llegar a un público muy internacional. Pensamos, por ejemplo, en “Lluvia de polillas”, del nicaragüense Ricardo Armijo, cuento que narra el atropellamiento y abandono de un niño por parte de un conductor de autobús. En “Lluvia de polillas” la acción se presenta, para darle la mayor fuerza posible, sin comentario alguno, sólo a través de una trepidante acción que remite a los lenguajes fílmicos del más negro neorrealismo italiano y el más pungente surrealismo buñuelesco; en particular, la descripción final del abandono del cadáver, previo pago de indemnización a la madre, es decididamente camarográfica:
Me aferré a mi bolso y me metí al carro. Busqué la mejor manera de capear al muerto, pero toda maniobra que hacía me parecía que iba a terminar de apachurrarlo. Entre el polvo y el humo alcancé a ver a la mamá, que recogía las cosas de su hijo y se marchaba. Saqué la cabeza por la ventana y le grité para que se lo llevara, pero el bus y los carros comenzaron a pitar con impaciencia, ahogando mi súplica.
“¡Apúrese, que está atrasando el tráfico!” me gritó el chofer desde su ventanilla. Arranqué sin pensarlo más. Los nervios hicieron que el carro tosiera mientras avanzaba torpemente, pero por fin pude estabilizarlo. Las llantas traseras apenas se alzaron con el tumbo del cuerpo, y lo último que vi por el retrovisor fueron mis lágrimas secas, la madre haciéndose más pequeña entre los carros y, contra el cielo gris sin nubes ni pájaros, las ventanas tristes de los edificios.
En resumen, la cuentística electrónica de Proyecto Sherezade se encuentra en la encrucijada actual de la literatura mundial: entre el resurgir de la expresión escrita de internet y la pujanza de la comunicación audiovisual que ha determinado en gran medida a la sociedad actual. Intentar hacer pronósticos sobre lo que nos depararán los próximos veinte años es casi imposible. Sin embargo la brevedad del cuento, su inmediatez, y la facilidad con que el medio electrónico permite hacerlo llegar —vía los teléfonos con pantalla, tabletas o lo que venga— a los micro-espacios de intimidad que la vida moderna deja entre sus intersticios, nos hace sentir moderadamente optimistas sobre el futuro del género.
Enrique Fernández
fernand4@cc.umanitoba.ca
José Luis Martín
joselmartin@hotmail.com
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