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La albóndiga de Judas

Mi abuela decía que con un cuarto de kilo de ternera se sacaban doce albóndigas de "tamaño normal".

—¿Quién inventó el tamaño normal? ¿Por qué ese tamaño es el normal? —le pregunté un día.
—Dios mismo lo decidió —me espetó ella.

Yo pensaba que mi abuela me tomaba el pelo. ¿Qué tendría que ver Dios con el tamaño de una albóndiga?

—Hay otras cosas parecidas que Dios ha inventado y son del mismo tamaño —expandió mi abuela, pero yo no supe a qué se refería.

Decidí contar las albóndigas que se acumularon en la cazuela, esperando que la abuela preparara la salsa de laurel con la que quedarían cubiertas. ¡Eran trece albóndigas!

—Abuela, en realidad son trece. No son doce. Son trece.
—Eso es culpa de Judas, el muy maldito interfiere en las cosas de la cocina.
—¿¿Qué?? —protesté yo.
—¿No sabes tú que el numero trece es el número de Judas? Cuando hay trece cosas, es que sobra una, como Judas en la última cena. Ya verás cómo, antes de que lleguen a la mesa, desaparece una de ellas. Se la llevará Judas.

A mí no me gustaba que mi abuela me tomara tanto el pelo. Pero luego, en la cena, me fijé que en la cazuela sólo había doce albóndigas. La verdad que la salsa no las dejaba ver al principio, pero yo fui contando: tres para mi hermano mayor, tres para mi hermano el pequeño, tres para mí, tres para la abuela... O sea, doce. ¿Dónde estaba la otra albóndiga?

El laurel, por cierto, es un potente somnífero. Tres albóndigas de ternera, fritas y luego hervidas en el aceite de la fritura, con su ajo y todo, y con un par de cucharadas de harina, ya de por sí te dan sueño. Y con dos hojas de laurel nadando alli dentro, ni te cuento. En casa sólo las comíamos para cenar, porque si las comes al mediodía no puedes ni caminar a la escuela. Yo dormía tan profundo esas noches, que no recordaba mis sueños por la mañana.

—Abuela, ¿por qué le pones laurel a las albóndigas?
—Hija, las albóndigas se hacen con laurel.
—¿Eso también lo inventó Dios?
—Dios lo ha inventado todo.
—¿Y por qué quiere Dios que nos quedemos dormidos? El laurel me hace dormir mucho.
—Así es como Dios organizó lo del sepulcro, los guardas que vigilaban el sepulcro de Jesús se quedaron dormidos porque les habían dado albóndigas para cenar. En realidad, no bebieron vino, porque lo tenían prohibido. Gracias al laurel de la salsa, Jesús no tuvo que pelear con los guardas para salir del sepulcro, porque Jesús estaba en contra de pelearse.
—En la catequesis no nos dicen eso.

Cuando yo era pequeña, llovía mucho. Se empañaban los cristales todos los días. También porque mi abuela no hacía más que cocinar cosas calientes. La casa siempre olía a comida y los cristales parecían visillos. Mi abuela no usaba visillos, pero creo que era porque con tanta cocción no hacían falta...

—Abuela, ¿por qué no haces las albóndigas separando mitades? Mira, si partes el cuarto de kilo en dos, salen dos porciones de 125 gramos cada una. Luego si divides esas dos en dos cada una, ya tienes cuatro. Luego de cada porción sacarías tres, así. Y serían doce, tres para cada uno. Y Judas no se llevaría nada.
—Hija, deja de menear la comida —dijo ella poniendo toda la carne junta otra vez—. Además, aún hay que añadirle un huevo batido y un poco de pan rallado. Luego ya se hacen las albóndigas. Tienen que quedar bien compactas.
—¿Y la sal?
—La sal, hija, se pone en la salsa.

Mi abuela tenía mucha mano para hacer albóndigas perfectas usando un vaso redondo. Ponía harina dentro y volteaba la porción de carne como si estuviera jugando a los dados. Luego sacaba la bola rodando a un plato y conseguía que la harina del vaso no se cayera. Cuando yo lo intentaba no había manera, se me caía la harina del vaso en el plato.

—Abuela, ¿por qué se hacen las albóndigas en un vaso? ¿Es que Dios también inventó los vasos de Duralex?
—Hija, Dios lo ha inventado todo. Te lo tengo dicho. Cuando Jesús estaba en la cruz, los soldados se jugaron sus ropas a los dados. Luego, en ese mismo cubilete, se hicieron las albóndigas para los guardas.
—Abuela, no me tomes el pelo. Eso no lo dicen en la catequesis.

Yo empecé a fijarme, y mi abuela siempre sacaba trece albóndigas con el cuarto de kilo. Nunca salían doce. Pero a la mesa sólo llegaban las doce que nos hacían falta. Parece que Judas hacía su labor a conciencia...

Yo desde hace dos años vivo y trabajo en Amsterdam. Aquí ahora tienen la manía de hacer albóndigas gigantes. Con un cuarto de kilo sólo se hace una. Generalmente usamos un kilo y sacamos cuatro albóndigas, cada una para un cliente. La cantidad de aceite que hace falta para freirlas ya os la podéis imaginar, pero Holanda es un país rico. Aquí las albóndigas de "tamaño normal" no interesan mucho. Yo, en mi mente, las llamo "albóndigas de Dios", a estas gigantes, porque con este procedimiento Judas no será nunca capaz de llevarse una parte y todo llegará entero a la mesa, como Dios manda. Pero, cuando el jefe no está, suelo cortar una porción a la carne, y hacer una pequeña albóndiga para mí, mi albondiguita de Judas. Porque cuando una se pone a hacer albóndigas de ternera, es imposible esperar, están demasiado buenas y hay que aplacar el estómago...

Aquí vivo sola, y me acuerdo mucho de la abuela y sus tonterías. También llueve mucho, y los cristales parecen visillos también. Todo es igual, solo que nadie me cuenta tonterías.

—¿Qué significa esto? ¿Has cortado una porción de la albóndiga? ¿Qué va a decir el cliente? —me pregunta el zoquete de mi jefe.
—Es algo que me enseñó mi abuela. Esa es la parte de Judas.
—¿Tu abuela te enseñó a robar?
—No, caballero, mi abuela me enseñó a ser feliz.
—Pues estás despedida.
—Gracias.

Alejo López Bastida, España © 2025

Ilustración realizada por el autor

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