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Mi primer día de vacaciones

Ayer me levanté a las 9 de la mañana y me preparé un gran zumo de naranja. ¡Qué rico! No hay nada como empezar el día con un buen aprovisionamiento de vitaminas.

Luego me senté frente a mi ordenador, lo encendí, escuché alegremente la melodía de inicio de Windows y me dispuse a contestar algunos correos electrónicos un pelín largos que había leído la noche anterior. El único problema es que mi conexión de banda ancha wifi no funcionaba. Esto, la verdad, no es una gran forma de afrontar un primer día de vacaciones. Como tengo el correo en hotmail ni siquiera podía releer los correos y contestarlos en mi ordenador sin conectarme...

Tomé mi teléfono inalámbrico de última generación con megadígitos, y marqué el número de atención al cliente de mi proveedor de internet. Una simpática voz robótica me informó de que el tiempo de espera para consultas técnicas era superior a 7 minutos y que si quería podía escuchar varias ofertas de seguros a todo riesgo para motocicletas y turismos. Como no soy muy dada a la conducción me decanté por escuchar las cotizaciones de la bolsa de Madrid, aunque la verdad es que no tengo acciones en ninguna empresa. Bueno, dio igual porque otra voz robótica me informó de que las cotizaciones no estaban disponibles y el sistema dio por terminada la llamada.

Volví a marcar el número de atención al cliente y la voz robótica me pidió que me mantuviera a la espera mientras se subsanaban los problemas técnicos de las líneas telefónicas de atención al cliente. En eso, mi teléfono inalámbrico comenzó a emitir pitidos reclamando que se le recargara la batería, lo cual era extraño porque llevaba dos días sin ser usado y había estado conectado a la placa base. En breves segundos dejó de funcionar y comenzó a oler bastante a humo. Dediqué los siguientes minutos a buscar el ticket de compra del teléfono. Lo compré hace 19 meses, así que aún estaba en garantía. Era de un centro comercial que queda en el otro lado de la ciudad, pero podría comprobar los horarios de los autobuses desde mi... bueno, mi ordenador no tenía conexión... pero... no, tampoco podía llamar a información de autobuses con un teléfono chamuscado. Bueno, sí, me quedaba mi teléfono móvil última generación Diente Azul de León Marino, que me había regalado mi ex.

El teléfono móvil tenía poca batería, pero aún podría conseguir la información de los horarios para planear el viaje al centro comercial. Sólo necesitaba el número de teléfono de la empresa de transportes municipal. Pero claro, no tenía conexión para buscarlo. Miré en mi tarjeta Bonocard Pase Especial Código 3+50T (zona 3, ciudadano en edad de trabajar pero mayor de 50). Pero sólo ponía “ahora, para cualquier consulta, no necesita llamarnos, puede encontrar de forma totalmente gratuita la información que desee en nuestra web www.transportemunicipalparatodosyparatodasyasinexcusas.com. Bueno, pues la cosa se ponía complicada.

Decidí usar el teléfono para marcar el número de atención al cliente del proveedor de internet. Sorprendentemente, me atendió en persona una joven que me tomó los datos y me indicó que abriría un expediente para determinar si era necesario considerar el abrir una incidencia por mal funcionamiento de los servicios. Antes de colgarme me informó de que la compañía de internet se había fusionado con un distribuidor de quesos de oveja llamado Ovejanet, dado que sus analistas habían determinado que ambas compañías eran financieramente complementarias en un 75%, por lo cual me ofrecía la posibilidad de obtener descuentos del 13% en la compra de quesos de 1.135 gramos cada vez que realizara entre siete y nueve llamadas de larga distancia en un mismo mes con su sistema de Habla y Chatea Exprés de la web www.notequejesqueahoraelquesotesaletirado.com. Aunque le insistí en que no como queso ni conozco esa página, me pidió que me mantuviera a la espera, mientras comprobaba que el número de referencia que me había dado correspondía con el código promocional del sorteo del oro de la Cruz Roja. “Sepa usted que ahora, gracias a nuestro acuerdo preferencial con Ovejanet, podemos ofrecerle de forma totalmente gratuita un folleto en el que se le informará detalladamente de distintas formas de evitar el cáncer de ovarios”, me indicó.

Me comenzaba a doler la cabeza así que colgué y me tomé una aspirina. Después de tomarla vi que salía un papelito de la caja, no era el prospecto sino otro papel, en el cual se explicaba que las aspirinas no son el método más seguro para evitar el dolor de cabeza, sino que el 65% de los médicos recomienda Ibuprofeno, y proporcionaba la dirección de facebook del fabricante Ibuprofenotruth, que era www.facebook.ibuprofenotruth.com., en la cual podría encontrar 265 páginas de información sobre esta importante alerta sanitaria.

Me senté un rato en mi sillón orejero, me tomé tres bollos con crema y dos cafés con leche, me masturbé, me duché, y me fui a la parada del autobús.

Al llegar a la parada solo había una mujer negra de mediana edad con aspecto de estar bastante aburrida. Le pregunté si llevaba mucho tiempo esperando pero me contestó en alguna lengua africana de esas con sonidos glotales. Creí entender que era partidaria (o detractora) del Ejército Cristiano de Salvación del Congo, pero no oí nada relacionado con los autobuses.

Después de media hora, pasó un hombre con aspecto de labriego que llevaba una bandera verde y un silbato. Le miré extrañada. Me dijo que no tenía sentido que estuviera en la parada porque había huelga de transportes públicos en toda la comarca. Al poco se le unieron varios compañeros con banderas verdes al grito de “Al campo lo que es del campo”. Se fueron calle abajo.

Comencé a pasear hacia el centro de la ciudad. Algunos voluntarios que había por las aceras me pidieron donaciones para Médicos Sin Fronteras, Save the Children, Aldeas Infantiles, Greenpeace, Amnistía Internacional y Defendamos a DSK.

Hacia la una del mediodía llegué por fin a la Plaza Mayor. Todos los bares y restaurantes estaban cerrados por cierre patronal para protestar contra la falta de higiene en la zona centro. Habían tirado coles podridas y salchichas pasadas de fecha frente a la estatua de Viriato, como forma de expresar su frustración. Viriato llevaba en la mano un rollo de papel higiénico en el que habían escrito la leyenda “CACA NO!!”.

Finalmente encontré un bar de tapas donde me tomé unas bravas y leí un periódico gratuito de antesdeayer. En la página 5 se recomendaba el concierto de Madonna en el estadio de fútbol, pero se explicaba que ya no quedaban entradas.

Al levantarme de mi mesa se cayó el periódico al suelo y el camarero me echó la bronca por ensuciar el suelo del local. Esto me sorprendió bastante. Puse el periódico en la mesa pero me indicó que “su lugar propio” era el stand de periódicos gratuitos, así que lo puse allí.

Busqué en mi bolsillo para pagar las bravas, pero comprobé que me había venido sin mi cartera. Durante unos tensos segundos, consideré la mejor forma de salir del atolladero.

La verdad es que la situación era difícil. Odio verme en situaciones que hagan pensar a la gente que no soy honrada. Y hoy en día nadie se fía de nadie. Pero eso ya lo sabía... lo que necesitaba era encontrar una solución. Decidí que tenía que dejar por un momento de pensar como una señora de provincias y hacerlo como una de esas malvadas espías de las películas. ¿¿Pero cómo?? ¡Ah, ya!

Pregunté al camarero si conocía a Cosme, el secretario general de la Comisión Caca No. Me dijo que no había oído hablar de él en la vida y que le debía cinco euros. Le expliqué que Cosme estaba en un coche aparcado a pocos metros y que iba a pedirle dinero para pagar porque él se había quedado en el coche jugando con la play y yo me había dejado el bolso allí. Diciendo lo cual, salí del bar para nunca volver. Soy una mujer muy tranquila, pero se ve que con las vacaciones me pongo más batalladora...

Después de este éxito del sinpa, me fui a un parque a descansar un rato, algo más relajada. Estuve escuhando música con el móvil hasta que se acabó completamente la batería. Luego me dormí un rato en la hierba. En verano se le suben a una los calores y entra sueño en cualquier parte.

Hacia las 5 me fui canturreando hacia el río. Se había levantado un poco de viento y se estaba más agusto. Había unos acróbatas actuando al aire libre y unas veinte personas mirando. Yo la verdad que me distraje pronto de los acróbatas y me entretuve observando a unos chicos que se besaban efusivamente sobre el césped. Rodaban y reían y me parecieron las únicas personas sensatas que quedaban en la ciudad, y la verdad es que no estaban nada mal de aspecto. El rubio tenía uno de esos peinados indestructibles tipo Kent, que no se deshacen aunque se esté dando vueltas en el césped. El moreno tenía unas piernas largas y un cuello esbelto que daban ganas de mordérselo. Entre beso y beso el rubio solía echar un trago de un batido de yogur de fresa.

Los dos muchachos se fueron río arriba cuando los acróbatas acabaron su número, como si hubieran estado allí por ese motivo. Yo me fui río abajo, siguiendo el latido de una batucada que se oía lejanamente. Debía de haber alguien por allí practicando con los tambores o haciendo un poco de capoeira.

Al poco pasaron unos niños persiguiendo a un cerdito con un gran lazo rosa en el cuello. Debían tener sólo seis o siete años. La verdad es que me resultaba difícil determinar si estaban jugando o si el cerdito realmente se les había escapado, pero los niños parecían estar pasándoselo bien así que decidí interpretarlo como un juego.

Al llegar a la zona de la batucada, comprobé que se trataba de una grabación emitida por un sistema de sonido situado bajo unos árboles. No había nadie cerca del equipo, lo cual lo hacía aún más extraño. Supuse que quienes habían puesto la música estarían dormitando detrás de algún arbusto.

Seguía algo cansada así que me volví a echar en la hierba. El sonido de tambores me llegaba no sólo por vía auditiva sino también por el tacto, ya que la resonancia entraba a mis barzos y piernas a través de la tierra. Era agradable sentir ese latido terráqueo pulsando en todos mis músculos. Me fui poniendo en posición fetal.

Creo que en algún momento me quedé dormida. El caso es que sentí que algo tocaba mi pierna izquierda y cuando abrí los ojos vi que se trataba de la porra de un policía que llamaba mi atención.

–Señora, está prohibido tocar música en lugares públicos sin permiso.
–¿Y a mí qué cojones me cuenta?
–Señora, modere su lenguaje, está usted hablando con un agente del orden. Ya me está mostrando su documentación.
–Yo no tengo nada que ver con la música. Eso no es mío.
–Ya, claro. Y yo soy obispo de Mondoñedo... ¡Documentación!

Me incorporé, eché un vistazo alrededor, me sorprendí de no ver a nadie, ni siquiera a otro policía junto al cretino que me quería multar, y mi subconsciente se puso de nuevo a maquinar al nivel matahari para producir una solución rápida que no me condujese hasta el calabozo en mi primer día de vacaciones.

Con toda la fuerza que pudo atesorar mi pierna derecha, le metí una patada en la entrepierna al susodicho, al grito de mecagüenlamadrequeosparióatodoslosgilipollasdemierda. Diciendo lo cual me fui de allí, viendo de reojo al policía que se estaba retorciendo de dolor en el suelo.

Al pasar el puente hacia el otro lado de la ciudad, me volví para gritarle “¡mecagüentoloquesemenea, gilipollas!”

Luego de un rato me fui serenando y entré en una heladería. Cuando ya me estaba comiendo mi helado doble de nata, me di cuenta de que seguía sin dinero, pero esta vez me lo tomé con más calma. Total, ya sabía lo que tenía que hacer...

Comenzaba a caer la noche y estaba lejos de mi casa. Pero la solución a eso no podía ser complicada tampoco.

Alejo López Bastida, España © 2011

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