Regresar a la portada

La entrevista

Llegué a la finca muy ilusionada. Era mi primera entrevista importante. ¿Cómo era posible que Antonio Gómez, el mismísimo Antonio Gómez, me concediera una entrevista en exclusiva para el cuadragésimo aniversario de su llegada a la presidencia? Tuve que pedirle el audi a mi primo para no desentonar entre los cochazos que me suponía que habría en su aparcamiento. ¡Qué nervios!

En fin, llegué hacia las once de la mañana, según se me había indicado. Me habían pedido que fuera sola, y que no llevara cámara ni grabadora, sólo mi block de notas. Son cosas de los mandatarios y sus normas. A mí todo aquello me hacía ilusión.

Pasé los dos controles de seguridad y llegué hasta el edicio principal. El propio Sr. Gómez me recibió en el portón, acompañado de sus perros. Llevaba una camisa de lino blanco y un elegante pantalón siena. Para sus 77 años, se le veía de buen ver. Y se estaba fumando un mentolado, a lo George Peppard. La verdad que siempre me había caído bien este hombre.

–Bienvenida, señorita Ribagorza –me dijo franqueándome la puerta de su casa.
–Qué solitario se ve esto. Siempre me había imaginado que viviría usted rodeado de gente.
–Hoy he querido que nadie nos distrajera. Mi mujer está en la ciudad comprando y el servicio tiene el día libre. Nada nos distraerá.
–Qué amable de su parte.

A pesar del aspecto rústico del exterior, el interior de la mansión estaba lleno de muebles de diseño y cuadros abstractos. Realmente moderno y chic.
–Tiene usted mucho gusto para la decoración –comenté.
–Me limito a dejar que mi mujer se entretenga comprando cosas nuevas cada año...
–¿Eso es un Cézanne?
–Bueno, un falso Cézanne... un amigo me consigue reproducciones exactas por un buen precio, en California. Incluso los rancheros tenemos que cuidar los precios... ¿Le apetece un Martini con hielo? ¿Un whisky?
–No suelo beber nada cuando entrevisto...
–Por favor, un día es un día... No hay nada que deba anteponerse a disfrutar un buen licor...
–Bueno, si se empeña... un kahlúa on the rooks.
–Enseguida, mademoiselle.

"¿Mademoiselle?" pensé. "¡Qué pedante! En fin... cosas de los mandatarios." El Sr. Gómez se empeñó en hacer conversación trivial por otros diez minutos hasta que decidí sacar mi block y ponerme seria.
–¿Le importa si comenzamos ya la entrevista? Tengo tantas preguntas y tantas ganas de preguntar que me impaciento.
–No se impaciente, señorita. Nunca hay motivo... Pero, ¡ea! empecemos pues, lance sus dardos.
–Veamos: ¿cómo se siente usted al mirar atrás a sus sesenta años de actividad política?
–Oh, ¿han sido tantos? Parece que fue ayer... Pero me siento sobre todo concernido por el delicado momento actual. Los que hemos trabajado incansablemente para construir esta democracia tenemos que sentirnos preocupados por las tribulaciones que a veces sufre el devenir político...
–¿Entonces, siente usted la tentación de volver a la arena política?
–No, en absoluto, pero a menudo me veo en la tesitura de hacer ver a los más jóvenes la importancia de preservar lo que hemos construido. Es necesario siempre tener una perspectiva...
–¿Con qué frecuencia habla usted con el actual presidente?
–Oh, sólo lo imprescindible... no me gusta estorbar.
–Los mentideros dicen que entra y sale usted de palacio cada semana...
–Señorita, no haga caso de mentideros... suelen mentir. ¿Otro kahlúa?
–No, no, estoy bien... Dígame, ¿es verdad que banqueros, empresarios y militares consultan con usted decisiones importantes?
–Por favor, no tengo tanto poder...
–Pero está usted en el consejo de administración de tres bancos, seis grandes empresas... es usted abogado de dos conglomerados internacionales, da usted charlas en los think tanks más importantes del mundo...
–Bueno, no hay que dejarse llevar por la molicie, pero usted sabe que hoy en día un consejo de administración no pinta mucho...
–¿Quiere usted decir que sólo cobran y no hacen nada?
–...Señorita, le aconsejo que use usted un tono más distendido. Siendo una entrevista sobre un viejo carcamal como yo, su jefe no aplaudirá que suene usted contenciosa... se lo digo por su beneficio. Sepa que aprecio su carrera...
–¿Quiere decir que si no hago sólo preguntas fáciles intentará hundirme?
–¡Por favor!, no se lo tome todo a mal. Es usted la joven periodista que más admiro. Sólo se lo digo por su bien. Si alguna vez entrevista a alguien que tenga algo que ocultar, déjele ahorcarse solo, es siempre mejor que atosigar, atosigar es de mal gusto.
–¿Guarda usted muchos secretos?
–No lo creo.
–¿No sabe usted si guarda secretos o no?
–Soy una persona discreta, pero secretos... no será para tanto.
–Algunos secretos de estado conocerá.
–Esos estarán a buen recaudo donde corresponda. Yo me limito a no hacer sonrojar a la gente sin motivo.
–¿Se sonrojó usted cuando hace poco un conocido delincuente le asoció con actos delictivos?
–A mis años he visto de todo, hay sinvergüenzas que no dudan en acusarle a uno de cualquier cosa... con tal de sacarle los cuartos a los periódicos... pero vamos, que las palabras de un borracho, obviamente, se las lleva el viento.
–¿Y la carta de su puño y letra ordenando a su contable pagarle al borracho por su silencio?
–Yo no sé nada de eso. Hace tiempo que una tendinitis me impide escribir a mano... ya los jueces aclararon que no tengo nada que ver con tales cartas... ¿Y para qué las iba a enviar a un periódico si fueran mías?¿Le pongo otro kahlúa?
–No, no, por favor, es que no suelo beber. Entienda usted que le tengo que hacer estas preguntas, son cosas que están en los medios.
–Por supuesto, por supuesto... ni por un momento considero la posibilidad de que usted crea esas patrañas, esas cartas, esas excentricidades... pero hace usted bien en preguntármelo, si no lo hiciera se lo echarían en cara... vivimos en un mundo muy cruel.
–Después de tantos años, ¿se ha parado a pensar alguna vez en los errores que ha podido cometer durante su larga trayectoria política?
–Las cosas siempre se pueden hacer mejor, pero es importante seguir adelante, no desanimarse. Ahora que perfectos nadie lo somos...
–Si tuviera que borrar una sola cosa de su pasado, ¿cuál sería?
–No me arrepiento de nada.
–¿Ni siquiera de haber trabajado para un dictador antes de presentarse a las elecciones?
–Al hablar de la historia de nuestro país hay que hablar de distintas etapas... no se pueden confundir los planos. Mi compromiso con la democracia es incuestionable y siempre ha sido incuestionable.
–¿Por qué asesora usted a empresas públicas de países dictatoriales?
–¿Yo? ¿A qué países se refiere?
–Bueno, la China por ejemplo.
–Oh, pero la China está haciendo un gran esfuerzo de modernización... Debemos apoyar ese esfuerzo, el futuro de la democracia depende del éxito del pueblo chino.
–¿Y el hecho de que sean una dictadura militar no es un cierto obstáculo para la democracia?
–La democracia depende del éxito económico. Ningún país pobre ha creado una democracia nunca. Debemos confiar en el éxito de China.
–¿Y de qué medida política se siente usted más orgulloso?
–Cuando legalizamos los sidicatos, ese fue un día muy grande... mucho.
–Pero usted también era presidente cuando se abolió la negociación colectiva...
–Los tiempos cambian y por tanto el trabajo de un sindicato ha de cambiar también. Lo colectivo... lo individual... son etapas del progreso. Yo conservo mi carnet del sindicato, y lo tengo por mi bien más preciado.
–¿Más que el Cézanne?
–El Cézanne no deja de ser una falsificación...
–Ya.
–Pero permítame que le ponga otra copa, ¡un caballero no puede tolerar que una dama esté con la copa vacía!
–Uy, por Dios, no me ponga tanto... vamos a ver... ¿Qué opina usted del trabajo que está haciendo su sucesor?
–Yo no soy quién para opinar de eso. Sólo el pueblo puede juzgarnos, pero yo apoyo totalmente su labor. Es un hombre íntegro y tenaz.
–¿Da usted crédito a las insinuaciones de que su sucesor tiene una vida privada desordenada?
–No sé qué significa eso. Lo más probable es que el pobre no tenga tiempo ni de ir al baño. Es un puesto que le absorbe a uno.
–¿Y entonces usted no ha tenido vida privada nunca?
–Yo me doy al pueblo... Créame.
–¿Me está usted mirando los pechos?
–¿Cómo se le ocurre? Aunque los tiene usted estupendos, desde luego.
–Bueno, eso no pienso ponerlo en la entrevista...
–Hace usted muy bien, las entrevistas de estado hay que editarlas bien. Ya verá cómo progresa su carrera con unos cuantos consejillos de quienes estamos avezados en la política.
–Ay, qué calor.
–Ya lo creo que lo hace. ¿Qué me dice si nos damos un chapuzón aquí en la piscina? Podemos continuar la conversación allí dentro.
–Me parece altamente inadecuado, señor.
–Por favor, no me llames señor. Me hace sentir viejo. Desde 1789 todos somos ciudadanos. Déjame que te sirva un poco más de kahlúa...
–Pero si ya he tomado dos copas...
–Pues no hay dos sin tres, como dijo San Andrés. Además, ¿no has venido a conocerme, encanto?
–Me gustaba más cuando me llamaba "mademoiselle".
–Apuesto a que sí... pero déjame que te diga, mademoiselle, que el hecho de que estés aquí no tiene tanto que ver con la política. Aparte de mi admiración por tu trabajo, Diego me hizo saber que me encuentras "un caballero muy interesante"...
–Quizás me equivoqué un poco...
–Oh, por favor, no te hagas la dura. Hagamos que esta historia acabe bien. Ven, vamos a la piscina a refrescarnos y aclarar ideas. Déjame que te suba este tirante... y si no, ya que hace tanto calor, mejor te lo bajo otra vez...
–Viejo carcamal, te vas a tragar toda la piscina entera, bebe, bebe... –y le di una patada en el culo con la que cayó redondo al agua.

Yo estaba un poco piripi y por poco me caigo detrás de él, pero por suerte conseguí mantenerme en pie y salir corriendo hacia la puerta principal. Y así acabó mi fascinación por el señor Gómez. Y por la política. Y por el periodismo, porque fue mi último día en La Tribuna Popular. También casi acabé con el audi, al salir sin parar en las barreras de control. Bueno, al menos no me arrestaron... al menos en aquella ocasión.

Alejo López Bastida, España © 2015

Ilustración realizada por Enrique Fernández

Para enviar un comentario sobre este cuento pulsar [AQUI]

Para ver lo que los lectores han dicho sobre este cuento pulsar [AQUI]

Otros cuentos del autor en Proyecto Sherezade:

  • Mi primer día de vacaciones
  • La posada de la sierra
  • La boca torcida
  • ¡Ay, qué memoria!
  • Un pequeño susto

    Regresar a la portada