Dizen los escritos que muchos serán los llamados e pocos los elexidos, e bien podríase dezir lo mesmo desta morada, que sólo la pisan quatro almas en el estío, e otras tantas en el invierno, pues en llegando las lluvias paresce que el agua disuelve a los andantes e los torna en rocas, que ninguno dellos asoma el rostro. Mas también es verdad que nadie viene acá a vender nin a comprar, e que los maravedíes que guardo baxo mi xergón de borra, los tengo a buen recabdo para el día en que salga destas peñas, porque el mesmo valor tienen acá que si fuessen de tela. Que yo la comida que me traigo a la boca, e la que ofrezco a los viaxeros, la consigo por mis manos, que non la compro en mercado alguno, nin nadie me la ofreçe, sino que la destreça que mi padre e mis hermanos se davan para recoxer las cosechas en los campos, la ocupo yo en recoxer la cosecha que nos ofreçe el Señor, que siempre está de su mano el ofreçerla e nunca la niega.
E pienso que es lo más particular deste lugar, que assí como tardan mucho en llegar los viaxeros, poco tardan en salir, que parten d´acá como ánimas que lleva el diablo, mas non por la dureça del suelo, nin por la sençillez de los alimentos, nin porque yo les diere mal trato, que yo a todos trato en forma buena e cristiana, sean cristianos o non, sino es que tienen todos un deseo imperioso de caminar muchas leguas de tierra, e de dexar atrás sus vidas de antes, de las cuales fuyen como si les siguiessen exércitos enteros. E ninguno viene de luego a passar en sentido contrario, que ellos quedan allá donde van, aunque dizen que non saben dónde van, e nunca dizen de dó vienen, sino que dizen que solo viaxan, e apresúranse por estas rocas impías, a riesgo de quebrar sus patas e las de sus cavallos, e a su dezir que es sin motivo alguno, aunque las cosas que non tienen motivo non pueden suçeder, como dizen los escritos.
E fue el primer viaxero un hombre sobrio, que en yegua alaçana cruzó estas sierras para passar al sur, ya bien entrado el otoño, e el dicho hombre dezía que él era Hassan Ibn-Azem, mas non mostrava un arte muy natural para portar el turbante e esta e otras cosas eran estrañas en él, que escrutava siempre a los dos lados, como si pensasse que alguna fiera montesa o algún basilisco le hoviesse de saltar al rostro, que digo yo que era hombre poco aveçado en los viaxes de montaña, que de sí traen pocos suçesos, fuera de las naturales caídas por los riscos. E tenía el dicho Hassan la fabla fría e cortante de los labriegos leoneses, e una estraña torpeça para sentarse en coxines a la hora de comer, que bien se veía que él era tan moro como yo soy el Papa, e traía las ropas tan mal arregladas que parescía que non hoviesse visto a un moro de verdad en su vida, mas era de natural amigable e su mirada asustadiza me movió a assarle unas castañas, que es cosa que yo non faría todos los días, porque encontrar leña seca en esta sierra es labor de filigraneros.
E non muchos días después de partir Hassan, quiso el Señor que passase al norte otro de la mesma pata quebrada, que eran los dos de un porte estraño en el mesmo modo, pues este dezía llamarse Pero Santiáguez, e que tenía tres fillas que la Virxen María protexa, que según él dezía eran muy buenas cristianas e que uniríansele más luego, mas a primero dixo que en Suria, e luego que en Seguvia, e más tarde que estarían en Sulumunca, que de ningún modo pronunciava bien el nombre de ninguna villa cristiana. E quedó el tal Pero satisfecho de la comida, en viendo que non havía pizca de puerco en ella, que a fe mía que en mis viandas non se ve puerco... nin pexe, nin vaca, nin pollo, nin cosa alguna con alas o sin ellas, sino que yo le dixe que era quaresma e que el Señor, como él sabía, manda ayunar e solo comer de las cosas verdes del campo y, aunque era noviembre, el quedó muy satisfecho con la esplicaçión.
E assí fue que ese mesmo año passó Xaira, una valiente moça que regresava al sur a lomos de una yegua parda, que la traía muy bien cepillada e las crines trenzadas al modo de los francos, con la mesma galanura de su dueña. Tenía Xaira una fuerça considerable, que levantava las sillas e los candelabros como si fuessen alfeñiques, mas era muy considerada e de notable educaçión, que fablava e fablava e non se cansava de dezir e esplicar, e siempre con buenas palabras, que se me ençendía el coraçón con su discurso, sino que finalmente por la noche, en comiendo la cena, vi que rascávase en sus partes naturales en la forma en que lo fazen los hombres, que es cosa poco gustosa de verse e más con las ropas que traía, e desque comprendí que Xaira non era cristiana embozada, sino cristiano, ya perdí la fe de que algún día llegara a estos lugares alguien que fuesse quien dezía ser, que por estas sierras todos vienen a perderse, que el mesmo San Pedro ha de sofrir confussión para encontrar a los suyos si alguno hoviesse de caer por acá.
E non mucho después que Xaira havía estado en la casa, passó al norte un mudo, que non sé su nombre, que de sus labios non salía palabra alguna, e que todo eran señas de las manos e baxar e subir la cabeça para asentir, el cual a su modo me pedía e me pedía que le traxese paxa fresca para su cavallo, e yo que non havía, e él que le traxese, e yo que non tenía paxa, e en eso passamos la mitad de la tarde; sino que a la noche, que es cuando las cosas siempre se esclarescen en esta posada, que estava él con su chilaba mirando por éstas mis ventanas, que son las más claras del mundo, que puede verse por ellas a la luz de la luna, e que muchos viaxeros me han dicho que tienen los mexores crystales del mundo, pues paresciesse que non hay crystal nin nada, e es cosa cierta que non lo hay... pues el dicho mudo estava mirando con gran fixeza, e assí fue que una chispilla del fuego en el que calentava yo el caldero de las çanahorias voló non sé cómo a la chilaba del dicho mudo, con lo que tomó fuego la chilaba, que la capucha se tornó una tea, e los gritos que dio el mudo fueron de portento, que tan pronto como el fuego llegó a sus cabellos, oyósele clamar a la Santíssima Virxen e a todos los santos, e más luego viendo su chilaba arruinada comenzó a maldezir e a pedir cuentas a Dios nuestro Señor del suçeso de mi caldero, que tan pronto tornose piadoso como más luego se le fuyó toda la piedad, e aunque yo soy discreta díxele que era un gran milagro que hoviesse recuperado el don de la fabla en mi casa, e que havía de darme dos maravedíes en vez de uno, por el gran favor que Dios havíale fecho, mas las palabras que me contestó non las puedo acá escrebir.
E assí han passado otros viaxeros por la dicha posada, que como vos digo es lugar para perderse, para las criaturas que andan perdidas por el mundo, que non les agrada la vida que el Señor les da e que quieren, por un dezir, nascer de nuevo, que esto de querer nascer passa a todas las edades, lo mesmo al moço que al viexo, mas en passando la sierra quedan renascidos, que paresce que los hoviesse parido el monte, a según se desemexan de cómo los parió su madre, que ella non los podría reconoscer nin reçién lavados.
Mas non ha mucho que passó por la posada un viaxero muy particular, el cual era galán e templado, en la forma en que lo son en el norte, que andan los cavalleros en fintas e torneos con que encandilan a las moças, e el dicho viaxero se llamava Nuño, e fue cosa estraña que non era moro nin vestía de moro, e non era muxer en ropa de hombre, que era hombre de pelo en pecho, e por las ropas que traía se veía bien claro cuál era su naturaleza, que aunque soy mayor aún me fixo en esas cosas, en suma que era cavallero cortés e cabal, e fablava con la boca, que non fazía señas nin muecas, nin otras cosas estrañas, e el dicho Nuño llegó a mi casa en primavera, que es tiempo en que nadie viaxa por esta sierra. E el dicho Nuño traxo dos gavilanes, e delante de mis oxos los desplumó, que passó buena parte de la tarde en desplumarlos, que los gavilanes tienen la pluma dura e ancha, e desque los tuvo desplumados yo los puse en el caldero con dos cebollas frescas e quatro alcachofas. E desque estuvo la cena preparada puse un gavilán en cada plato, que me senté a comer pensando que estava convidada, mas el dicho Nuño levantóse de la mesa, que él havía caçado los gavilanes e que los dos gavilanes eran suyos, e que yo era una suçia mora que non merescía nin el agua que bebía, e desque desenvainó su espada yo pensé que este hombre estava loco, e metíme baxo la mesa, que me dava miedo que me traspassasse, según la mesa tiene grietas que bien podiesse una espada passar por de en medio, e el dicho Nuño andava atiçando con la espada, que parescía que le hoviessen robado su tesoro de rubíes e diamantes, a según clamava, que nunca oí cosa igual, e desque oí estos gritos, salí de baxo la mesa e prendí el caldero, e con la fortuna que açerté a dar con el caldero en la cabeça del dicho Nuño, que cayó en el suelo como páxaro del cielo. E como vi que non se movía empeçé a rogar a Dios que estuviesse sano e firme, que non quería yo que estuviesse él muerto, nin malferido, que soy buena cristiana e trato bien a mis viaxeros, sino que yo quería defenderme deste ultraxe que el tal Nuño façíame con la espada, mas como non se movía, nin entrava nin salía aire de su boca, huve de portarlo al xardín, e agora está allí, rodeado de xazmynes e açuçenas, que non se podrá quexar del olor, sino que está baxo tierra como Dios manda poner a los suyos, que aunque estava loco yo creo que el dicho Nuño era hombre de Dios. E xuro a Dios que non fue culpa mía, sino que este buen hombre perdió el sesso, que yo bien le hoviesse dexado comer los dos gavilanes, sino que yo non havía probado la carne en mucho tiempo e el dicho Nuño non advirtióme que él tenía tanta fame que pensava comer los dos páxaros, que el Señor lo tenga en su gloria.
E por eso pido al Señor que solo me envíe xente perdida, que la xente perdida nunca saca la espada nin quiere matarme, sino que están perdidos en el mundo e non tienen morada, nin dueño, nin esclavo, sino que van por el mundo sin matar a ninguno, vestidos de moro, o de mora, o de cristiano, o de cristiana, mas sin matar a ninguno, que andan perdidos, porque ellos quieren nascer de nuevo, e ninguna tierra es suya nin tienen ley, e por eso non matan a ninguno, e mi labor en la dicha posada es atender a los que están perdidos. E Dios me salve de los otros.
Alejo López Bastida, España © 2011
Lo que el autor nos dijo sobre el cuento:
Este cuento es una relectura femenina del topos medieval de las serranas, cruzado con el paisanaje de los romances fronterizos y aderezado con salpicones picarescos. Espero que no haya sido tortuoso para el lector navegar la prosa medievalizada del cuento, que inicialmente tenía solo el afán de ambientar pero se convirtió en un desafío técnico. He intentado que cualquiera lo pudiera entender, pero no pude por otra parte resistirme a la tentación de crear una “falsificación” de pieza literaria medieval.
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