Paula era una chica que se había señalado por su carácter dispuesto y animoso, dispuesto a no dejarse doblegar bajo ninguna circunstancia. Era un tanto susceptible, sí, pues desconfiaba por educación o por inteligencia natural, pero no se había formado todavía un sistema de ideas capaz de enfrentarse al modelo dominante. Tenía sus ideas, claro, pero no eran un todo homogéneo, un sistema capaz de oponerse a los otros ya consolidados y así llegar a una descripción global del conjunto de los hechos presentes y por venir; hasta que un día encontró un sistema sólido, en apariencia útil, y, como Paula no era una muchacha alocada o inconsciente, se vio en la obligación de actuar en consecuencia. ¿Cómo fue ese proceso de concienciación? ¿Hasta qué punto llegó a sentirse segura de un ideario? Se puede decir sin duda que fue algo serio, que no se saltó las fases intermedias, como requiere todo proceso concienzudo de maduración. Es posible también que estuviera predestinada de alguna forma. La verdad es que llevaba un modo de vida que hacía prever tarde o temprano la respuesta contundente o, por lo menos, el planteamiento ideológico radical.
Paula García vivía en un entorno social y familiar más bien agradable, no padecía dificultades económicas de importancia, se puede decir que pertenecía a la clase media, que tenía una imprenta. Era autónoma y trabajaba en la imprenta de su padre con bastante autonomía. Paula llevaba la publicidad de los empresarios ricos, lo que en un pueblo industrial como aquel constituía un negocio seguro. Sabía ser servicial y al mismo tiempo cautelosa en la negociación. Hasta que un día conoció a Juan, el concejal izquierdista, y, como fue el único miembro del consistorio municipal que se tomó en serio el problema que la llevaba al Ayuntamiento, empezó a sentir simpatía por la personalidad del político comunista y también por su sistema de ideas. Todo el mundo llamaba Juan, dentro del Ayuntamiento, al concejal del partido comunista, pero no se llamaba Juan en realidad, se llamaba Adrián Marín, y lo de Juan era solo el nombre de guerra o el apodo con el que lo conocía la mayoría de la población. Juan andaba por los cuarenta años y hacía ocho o nueve que trabajaba como concejal de servicios sociales y mercado, unas concejalías que no le llamaban la atención de manera especial, que no había elegido sino que le habían tocado prácticamente por sorteo.
Para Adrián Marín, más conocido como Juan el izquierdista, la entrevista con Paula García en el pasillo del ayuntamiento supuso también una aparición deslumbrante y un hecho de grandes dimensiones. Enseguida descubrió en su paisana el carácter emprendedor y aguerrido y también coherente y, enseguida también, se apiadó de ella porque esa forma de ser solo podía traer complicaciones a la muchacha. Era un ser tan puro en varios sentidos, tan sin dobleces, tan coherente, que la vio destinada al activismo político desde el principio, desde la primera conversación en el pasillo poco antes de encerrarse con ella en el despacho para hablar con mayor tranquilidad. Lo segundo que hizo Paula después de exponerle el caso que la traía al ayuntamiento fue preguntarle por el porqué de su doble nombre, del oficial y del sobrenombre, si ya no se trabajaba en la clandestinidad, si ya eran legales todas las opiniones políticas. El caso es que Juan se hizo el misterioso un momento, introdujo una pausa, para, al final, prometer que le resolvería el enigma con todo tipo de explicaciones si accedía a tomar un café. Paula parecía muy interesada, pero tardó un rato en responder a la invitación porque la verdad era que llevaba algo de prisa y que, por lo general, siempre andaba ocupada con esto o con lo otro -su personalidad se inclinaba un tanto hacia la hiperactividad y la hipersensibilidad- con asuntos de la imprenta, con todo tipo de asuntos doméstico y con sus múltiples iniciativas en el terreno cultural y social -ya disponía de una inclinación natural por esos dos temas-. Al final, dijo que aceptaba la invitación y los dos salieron juntos, codo con codo, del ayuntamiento. Por el camino, Juan le hablaba todo el rato, al mismo tiempo que intentaba guardar una distancia física de seguridad. Desde el minuto uno le había atraído el femenino cuerpo de Paula y su modo de andar armonioso y resuelto. Se encaminaron juntos hacia el bar de la esquina, y fue allí, justo en una mesa del bar, donde el concejal le explicó con pelos y señales el origen de sus dos nombres, la causa de lo que parecía una anomalía en tiempos de democracia consolidada.
Tenía ya 28 años, pero mantenía intacta la vitalidad juvenil, mostraba una energía exuberante, por momentos cargada de una electricidad contagiosa. Paula había salido triunfante de una larga y grave enfermedad que, al parecer, no le había dejado secuelas. Su padre era un hombre con el riñón bien cubierto que regentaba el negocio familiar de la imprenta. Paula pensaba sobre la marcha que Adrián Marín no era un líder político perfecto, ni mucho menos. Había hecho, de camino a la cafetería, una especie de inventario con los contras que se podían apreciar en un líder que le parecía humano y más que humano, tal vez, demasiado humano. Se veía a las claras que era un hombre enamoradizo, un mujeriego tal vez, y también un líder burlón, irónico, pícaro, acaso un político tarambana. Había dejado de repente y sin dar explicaciones su trabajo en el ayuntamiento para escaparse al bar en compañía de Paula García. Paula le llamó la atención sobre este particular de una forma directa, y Juan le contestó, también de forma muy directa, que otros líderes mucho más trabajadores que él habían durado mucho menos en el compromiso social.
Juan estudiaba también a la nueva y veía en el horizonte de la muchacha un destino bien definido, interesante aunque también lleno de obstáculos políticos y trufado de altercados. Paula no tenía una afición clara, sobresaliente, no se atrevía a confesar que le interesaban sobre todo las ciencias paranormales y la astrología, además de los temas sociales. En el partido de Adrián, Paula entraría como un elefante por su gran ímpetu emprendedor y, seguramente, chocaría de entrada con algunos intereses ya establecidos y con actitudes ya consolidadas. Adrián adivinaba que la ilusión por la idea se le notaría en exceso a la nueva adquisición. Si Paula se afiliaba al partido, se propondría sin duda revitalizar la ilusión por las ideas y por el trabajo concienzudo y sistemático dentro de la organización comunista. No tenía las cosas claras, carecía con toda seguridad de los conceptos políticos más elementales, pero parecía dotada de una inteligencia natural para la cosa pública y de una llamativa capacidad para enhebrar argumentos, una capacidad prácticamente infinita para profundizar en el debate de ideas. El concejal profundizaba en la valoración de la muchacha y estaba a punto de decidir que allí había una activista en potencia, una futura camarada, y lo que le resultaba más importante, alguien en quien poder confiar para descargar parte de sus responsabilidades.
Ya sentados en la mesa del bar desarrollaron por extenso la charla de café con leche. Los dos pidieron café con leche y, enseguida, salió a relucir de forma natural el tema de la política. El concejal consideró oportuno sacar a relucir ya el tema del alcalde corrupto y del concejal corrupto a modo de introducción sobre la vida política en la localidad, lo que constituiría la primera clase de Paula. Juan se fijó también en que, físicamente, la nueva era una persona delgada y frágil que tenía, sin embargo, uno labios anchos y carnosos que invitaban al disfrute de los sentidos, y una cabellera montaraz, también muy atractiva, y unos ojos grandes y claros tirando a rubios que miraban con fijeza. Casi siempre mantenía los ojos muy abiertos y tensos, como si sus ojos quisieran saltar de las órbitas con el propósito de alcanzar una mejor visión y un mayor acercamiento al tema, con el fin de alcanzar cuanto antes la comprensión del caso: la resolución de los importantes entuertos de la vida política y los tejemanejes entre los concejales de distintas organizaciones. Fuerzas latentes, sin embargo, los sujetaban in extremis para que no dieran el salto al vacío. Aparte de este rasgo tan particular y espectacular, su cara y sus ademanes no reflejaban otros síntomas de atención, salvo que no se movía durante segundos, minutos, lo que daba también idea del grado de interés con que escuchaba.
El haber superado con éxito la enfermedad larga y grave le había proporcionado tal vez un plus de interés por las cosas. También mostraba a veces momentos de vacilación, como si se acordara de repente del gran padecimiento y temiera no poder afrontar un rebrote de la mala suerte. Como si la vida en su conjunto pesara demasiado y fuera demasiado extensa e inabarcable para las posibilidades de un ser humano, como si ella fuera el barquito de vela a la deriva o, mejor aún, la simple tabla a la que traen y llevan las poderosas fuerzas que permanecen ocultas bajo la superficie del mar. Todo estaba aún por decidirse, pero Juan creía observar en la actitud concentrada y seria de Paula ese plus de combatividad y de entrega hacia las buenas causas que solo poseen algunos seres privilegiados. Durante la conversación de café, también ella hablaba de vez en cuando, preguntaba y comentaba algún punto con frases breves que, más que cortar, apuntalaban el desarrollo del discurso teórico del concejal. No es que le gustara hablar del tema de su grave enfermedad ya felizmente superada, pero tampoco lo rehuía si salía en medio de la conversación. Aunque se hubiera recuperado del todo en lo físico, tal vez le quedaba alguna mella síquica, algún deterioro emocional latente pero maligno que no podía controlar en todo momento. El chispazo doloroso, la indisposición sicológica le venían a veces de forma inesperada, pero la verdad era que había aprendido a disimular sus efectos y a sobreponerse con rapidez.
Sin saber por qué, a Adrián se le vinieron a la mente imágenes antiguas de sí mismo, de su lejana infancia, que lo hicieron vacilar unos segundos e interrumpir el discurso teórico. Vio la imagen de su padre, se le apareció el semblante del auténtico Juan, del personaje popular y chistoso para todos menos para el niño que fue Adrián Marín. Y, sin venir a cuento, recordó también las bofetadas y los correazos que a menudo le propinaban en casa también sin venir a cuento. Juan recordó que el niño Adrián había aguantado todos los excesos paternos como un hombre a pesar de que, por entonces, todavía llevara los pantalones cortos. Le vino también a la memoria que había salido indemne de aquella niñez infeliz y que ya no guardaba rencor a su padre. Y la prueba de que había superado con éxito aquellos difíciles años estaba en que había aceptado como apodo el nombre del padre chistoso.
Paula lo observó ir y venir, preguntar al camarero por el periódico, buscar con diligencia, y anotó en su lista de pros y contras que la diligencia que mostraba ese hombre podía reflejar una indudable inclinación por el servicio público o, por lo menos, por el servicio al prójimo. Cuando volvió a sentarse, el concejal abrió el periódico de una manera espectacular, ampulosa, grandilocuente, y señaló, fijando la vista en un punto, “¡aquí está!”, una noticia que Paula no podía leer desde su posición al otro lado de la mesa.
- ”Europa pide nuevas reformas en el mercado del trabajo”. “Reformas” se pude traducir por recortes, como bien sabes, y por nuevos sufrimientos para la población -pero Paula no tenía idea de que la palabra “reformas” fuera un eufemismo-. Estos cabrones no tienen límite, no se conforman con nada: todo para los peces gordos y nada para los ciudadanos de a pie. Lo que demuestra esta posición intransigente de los gobernantes europeos es que no se puede contentar a la vez a las élites económicas y a los ciudadanos pacientes y sufrientes. Los recortes solo benefician a la clase social alta y ellos lo saben. Son lo que, en política, se llama las dos clases sociales antagónicas, son las que defienden intereses opuestos e irreconciliables. Y todos tenemos que elegir estar al lado de una clase o de otra clase.
Y entonces Paula abrió mucho sus ya grandes ojos claros y un poco como espantados, que era su gesto típico cuando algo le llamaba la atención. Pero no dijo nada que descubriera su interés, ninguna pregunta, ningún comentario, solamente tomó nota mentalmente.
A Juan le sorprendía ese alto grado de interés y le agradaba, pero al momento siguiente pensó que, aunque Paula se le presentara como una adquisición importante para el partido y para la lucha política en el pueblo, tenía la obligación de pintarle con tintes realistas y negros todo lo malo que le podía pasar si se animaba a comulgar con las ideas revolucionarias. El concejal cayó de repente en la cuenta de que, aunque hiciera tanta falta en su organización alguien así, tan coherente y tan emprendedora, no podía dejar que participara sin por lo menos advertirla enseguida de los riesgos que podía correr. Porque pensó que le parecía demasiado sensible en el fondo para ejercer la actividad política, y también porque le estaba tomando cariño.
-No puedes contentar a todo el mundo y siempre te creas enemigos y, en algunos casos, son enemigos muy peligrosos -le dijo con la intención de que ella se echara para atrás-. Está, por ejemplo, el íntimo amigo del alcalde. Ese muchacho que siempre va con él y que asiste a todos los actos, a todos los plenos del ayuntamiento, a todas las inauguraciones. Se le ve que no está bien de la cabeza por las cosas que dice, y yo creo que es capaz de llegar a las manos porque no se controla. Todos los que opinamos públicamente en contra del actual equipo de gobierno estamos en peligro de que, cualquier día, no se controle y tenga una reacción violenta.
El concejal recordó que, debajo del porte arriscado y del andar resuelto, había una chica joven e impresionable, así que se puso a enumerar enseguida todas las penalidades que rodean al hombre público. Pero cuando estaba remarcando los peligros frente a los ojos espantados de Paula, le vino a la mente una imagen horrible que se llevó toda su atención. Adrián percibió en el horizonte la imagen del bruto loco zarandeando a Paula a la salida de un pleno municipal. Paula no se había podido callar su opinión y el amigo del alcalde la había tomado con ella, y esa imagen lo desconcertó y no pudo ya seguir con la clase de teoría política. Ella no había tenido el suficiente miedo o la imprescindible precaución, y el desequilibrado, poseído por el furor más violento, la zarandeaba y luego la empujaba contra una columna de los soportales que rodean la plaza del ayuntamiento, en un ambiente más que nocturno turbio y cargado de una tensión irracional. Le daba un primer empujón sólido que, sin embargo, no daba con Paula en el suelo, y luego le daba otro empujón, y luego otro. Y Paula, al final, se golpeaba en la cabeza contra la columna y caía desmayada por las escalerillas que suben hasta la puerta del ayuntamiento.
En otro momento de la charla, Juan se relajó un poco y tuvo también su momento de debilidad humana, dejó de lado el tono docente y pensó en disfrutar de la cita con Paula García. Permaneció por unos segundos valorando, desde su lado de la mesa, la sorpresa de la muchacha ante el discurso político, las cosas nuevas que iba aprendiendo, los grandes ojos desmesuradamente abiertos de la veinteañera; no creía conocer a nadie tan ávido de información ni tan interesado en el tema político. Tal vez algún asistente a los mítines o a las conferencias perdido en las últimas filas pero al que nunca se llega a conocer de forma personal. Tal vez tuviera esa misma mirada, pensó, el mítico simpatizante de base que no quiere figurar en ningún sitio y que, en consecuencia, nadie conoce, pero del que se habla como modelo en todos los mítines. Ella sería como ese representante ideal de la clase de los trabajadores que siempre se esgrime como argumento para animar a los camaradas.
Paula pensó en llamar por teléfono pues temía llegar tarde a la entrevista que tenía concertada para esa misma mañana. Solo sería cuestión de uno o dos minutos. Temía interrumpir la conversación de café con el concejal, que hasta ese momento había resultado tan fluida y que, tal vez, ya no volvería a desarrollarse con la misma facilidad; pero, como era buena profesional, interrumpió el discurso del político y avisó por teléfono para no quedar mal con su cliente.
Mientras ella hablaba por el teléfono móvil, Adrían apartó pudorosamente la mirada y la dirigió hacia la barra y hacia el camarero, que tenía los dos codos apoyados y mostraba expresión de aburrimiento. Paula se dio cuenta de este detalle y lo añadió a la lista de pros y contras que iba llenando mentalmente sobre la personalidad del concejal izquierdista. Ya sabemos que ella tenía un carácter susceptible y desconfiado, pero, en este caso, tuvo que ceder a la fuerte impresión, tuvo que reconocer que le encantaba el detalle, el pudor en un hombre, el sutil gesto de delicadeza al apartar la vista.
-Oye, ahora mismo voy -le dijo al cliente por teléfono-. Lo siento: me ha surgido una complicación pero estoy contigo enseguida, es cuestión de media hora o de una hora como mucho -Adrián se puso a juguetear con el palillero-. ¿O tal vez lo podemos dejar para mañana por la mañana si lo prefieres? ¿Si estás de acuerdo? ¿Sí? Okey entonces. Entonces, nos vemos mañana.
Acababa de comprender que el desconocido podía ser muy fiero en la batalla, un hombre duro y con el colmillo retorcido en la confrontación de ideas, y resultar, al mismo tiempo, un hombre tierno en la intimidad. Paula estaba redondeando su valoración del político y la conclusión final era que, tal vez, no se tratara de un mujeriego, como había pensado en el primer momento, ni tampoco de un político tarambana que, a la menor oportunidad, abandona su puesto en el ayuntamiento y se desentiende de sus obligaciones.
“Actúa con tanta gracia y con tan buena voluntad. Y lo más seguro es que, llegado el caso, no sepa defenderse, aislarse de la corrupción general y que pueda sufrir un trauma y, quizás, también un fuerte desequilibrio, que ya no vuelva a abrir los ojos con la misma curiosidad”. El dilema lo sufría sobre todo el concejal izquierdista. Corrían los minutos de amena charla de café, y Juan no se decidía a desengañarla del todo. Sentía remordimiento porque veía que la convicción iba ganando terreno en la mirada espantada de Paula, que su clase magistral iba haciendo mella. Y ya era el momento de decidir, de arriesgarse, de optar por la opción menos mala para la muchacha por la que empezaba a sentir tanta simpatía.
Gaspar Jover Polo, España © 2016
joverpolo@hotmail.com
Ilustración de Manuel Giron, 2015 © ProLitteris
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