Regresar a la portada

La Cova

Le he abierto la puerta como lo hago siempre. Y es que no puedo hacer otra cosa. El señor así lo manda, y si el señor lo manda... Es que a él le gusta escucharla y él es quien aquí da las órdenes porque al fin de cuentas es quien paga, y el que paga manda, ordena y gasta su dinero como le plazca; yo sólo soy un modesto mayordomo y ayuda de cámara, nombres grandes que él, en su infinita generosidad, me ha endilgado y yo sería bien lelo si me opusiera con estúpidos ayes de modestia. Me gusta ser lo que soy, si no fuera porque me sienta incómodo y hasta humillado de abrir la puerta a semejante mujer. Pero repito, ¿quién soy yo en esta mansión?, además él me paga, creo que bien y yo complacido saco sus perros a caminar a la plaza y alimento a los mininos y me encargo de otros menesteres personales que omito por decoro. Sólo sé que es mi trabajo y hasta ahí... ¿Decía ?, ah, sí, le he abierto la puerta aún en contra de mi voluntad; el hablar de esto y de ella no me resulta fácil. He de decir en su favor que es voluptuosa, que camina con ese paso seguro y asquerosamente sensual que tienen las mujeres como ella. ¿Y qué?, al señor le gusta que le cante con su voz melosa y cálida las canciones que lo conmueven. Es versátil, creo que esa es la palabra que usan los críticos que hablan por la radio para definir la presteza que tiene de pasar de un género a otro con toda naturalidad. Hay que ver al señor en tales trances, cómo la mira entre complacido y embobado desde su sillín. Desde aquí se le oye pasar de los más sentidos boleros, a la profundidad de los tangos, cuando no, una milonga sentimental armoniza el conjunto, si hasta se atreve con las operetas españolas y con las cumbias de moda; que virtuosismo de mujer, sea lo que sea, tiene su mérito hasta con la guitarra con que se acompaña. Pero hasta ahí. Repito que a mí no me gusta ella, ni su olor a licor rancio ni sus perfumes baratos; también es notorio que huele a hombres fáciles, de esos que echan raíces en los garitos, qué peste, no puedo evitar que me de vueltas el estómago ante su presencia. Tal vez nunca me han gustado las putas; de hecho las creo innecesarias en una sociedad perfecta. Pero ante todo, no puedo perdonarle que arrastre los pies sin miramiento por el terrazo pulcro de la mansión. El trabajo que tal faena le da a las doncellas para que venga ésta y... Dicen que mala cosa es el odio (mi madre me lo repite cada vez que puede), y yo no sé si soy capaz de odiar, pero, ¿será eso lo que siento por esa mujer a la que llaman La Cova? ¿Cómo saberlo? Sólo sé que el señor lo viene notando y me ha sugerido que la monte, y así mi opinión hacia ella se modifique. ¡Qué cosas!, y hasta me emplaza a que lo haga ante su presencia. Con todo respeto hacia mi señor, pero estimo que lo que desea es masturbarse mientras me la echo y sólo pensar en eso me previene de salidas tan radicales para vencer mi repugnancia hacia esa mujer. En realidad, no me gustan las mujeres como ella, a como en verdad creo que me interese mujer alguna y por mí se pueden ir todas al infierno. Ah, pero ésta, a la que llaman La Cova, se las trae. Me ignora y se obstina en tratarme como el más miserable de los utensilios que hay en esta mansión; me ignora y yo la dejo hacer. Tampoco es que me importe su trato como ya se ve; molesta, eso sí, que tal basura se dé esas ínfulas... Y ahora va muy monda a deleitar al señor con lo de la cantaleta. Y el señor tan generoso que le da sus monedas para que vaya a embriagarse a las tabernas y permitir que la monten hombres brutos... Lo dicho, a mí esto no debería importarme, de hecho sus cosas me tienen sin cuidado, si no fuera por esa manía de venir aquí a dárselas de diva, ¡la muy cerda!, claro, el señor se lo permite, es débil con ella, y ella se siente como toda una sirena encantando a su marino estúpido. Lo cierto es que me duele hasta los tuétanos ver al señor rebajarse ante ella. Si pierde hasta el orgullo: se pone como loco cuando pasan los días y ella no se aparece; porque sepan ustedes que a veces, por el estúpido motivo que sea, se las da de difícil y se niega a venir. Sucede entonces que el señor se desespera y se pone de mal humor, y tira las cosas, y habla a gritos y maldice y manda al mundo y a todo lo que vive al fondo mismo del último de los infiernos; si lo vieran, se le transforma la cara que hasta da miedo verlo. Todo debido a ella, a esa mujercita que lo ha de haber embrujado... Pero volviendo a mi cuento, al rato se baja y, casi llorando y suplicando, me llena los bolsillos de dinero para que corra a buscarla. Triste encargo. Y yo que debo sacarla casi a rastras de los burdeles más oscuros, y hasta darle dinero a su chivo para que venga a calmar las angustias de mi señor. A veces me admiro de mi propia resistencia. ¿Que cómo soporto todo esto? Bueno, es que el señor se lo merece todo, soy devoto suyo, soy de común agradecido, aunque la gratitud no sea común en el género humano. Total si mi señor, magnánimo como es, me tendió su mano generosa cuando más lo necesité, justo es que yo no lo olvide y le sirva con solicitud. Sí, no puedo hacer otra cosa, con todo y que tal grado de gratitud en mí, me ligue a esa mujer. Mamá dice que me haga de la vista gorda. La simpleza de mi madre a veces me parece intolerable. Bueno, ella es así, mamá es mujer de iglesias, anda de secta en secta y se complace en mostrarse magnánima, le va. Pero yo soy otra historia, mi tesitura difiere de la de la simplicidad de mamá; y si soporto a esa perdularia es en honor a mi señor, no me cansaré de decirlo. Y si todos le llaman La Cova, a mí no me lo permite. “Para usted soy Coralia Vargas, no olvide esto...”, me lo dijo un día de tantos con evidente indiferencia y desprecio, ¡la muy cerda! Sólo pensar que algún día me desharé de ella me da alguna esperanza; la salud de mi señor no es buena. Nadie puede vivir con tantos males sobre sí, tullido y con la próstata inservible. ¡El pobre! Aunque creo que el peor de sus males es desear a una mujer tan voluptuosa y sensual. No cabe duda que ella le tiene lástima y eso rebaja a mi señor. Y él que se aferra a ella como una hiedra enferma, como un bejucal podrido. Y si mi señor muere, se verá librado de sus padecimientos y yo de La Cova...

Pero mientras tan deseado fin no se dé, por ahí va la cosa; el viejo allí, tan pobremente estúpido que da lástima; ¿y yo?, yo tan miserable, detrás de una mujer que desprecio, desventurado, caminando tras ella, casi pisoteando su sombra, maldiciendo que arrastre los pies sobre el terrazo; sintiendo, muy a mi pesar, que los hilos de nuestras vidas se entrecrucen de tal manera, mientras no se resuelva esta situación de mierda...

Marvin Mora, Costa Rica, Estados Unidos © 2019

liciniomaron@aol.com

Marvin Mora es graduado en Comunicaciones, propiamente como Locutor Profesional, y llevó cursos de Literatura española y Latina en la Universidad de Costa Rica. De vocación autodidacta, escribe poesía, cuento y novela. Ha publicado el poemario El Ser y el Olvido, y El Fabulador y otros cuentos, donde se inclina por el relato de orden fantástico y por la psicología y retrato de toda una variopinta serie de personajes conflictivos. Actualmente tiene en preparación La Mula del Diablo y La Cumbre de las Valquirias y otros relatos. Todo ello circunscrito a ese género tan caro a su gusto y, a la vez, de una elaboración tan dificultosa como el cuento lo es. Además de ello, el autor tiene tres poemarios y tres novelas aún inéditas, amén de una dinámica creadora que no merma.

Lo que el autor nos dijo sobre el cuento:
Con este cuento, me propongo ahondar en la misoginia enfermiza del mayordomo protagonista, pero sin buscar explicaciones a tanta radicalidad en el juicio extremo en que focaliza su aversión y repugnancia hacia la mujer que llaman La Cova. Los prejuicios prefiguran de por sí actitudes torcidas y capaces de desembocar en furibundas decisiones, sean estas materializadas o autodestructivas en su repercusión intrínseca en la psiquis. Al final de cuentas, el narrador en primera persona se retrata a sí mismo en su verbo desaforado y ofensivo hacia la mujer que deleita a su patrón. El cuento, a resumidas faces, trata de comprender la extraña lógica que mueve ciertos procederes y angustias según quiera verse, de personajes tortuosos y ricos en sus propias contradicciones.

Otros cuentos del autor en Proyecto Sherezade:

  • Plan de lujuria
  • Las fauces del viento
  • Los otros nombres de la noche
  • Página 130
  • El sueño más largo del mundo
  • Rubicón

    Para enviar un comentario sobre este cuento pulsar [AQUI]

    Para ver lo que los lectores han dicho sobre este cuento pulsar [AQUI]

    Regresar a la portada