Ahora sueltas la fórmula con palabras que te desconciertan en sus dispersos significantes, como si saltaran de tus labios al vacío. También contemplas la teoría de que tratar de devolver la vida primitiva a un ser, algo tiene de sacrílego como de extravagante. Das por hecho que tampoco estás emulando a un dios innecesario en un universo capaz de reinventarse a cada segundo. No, lo tuyo es volver recurrente a desentrañar poderes que nos han arrebatado desde inmemoriales estadios de ignominioso control; sin más.
Sueltas el conjuro, se han quemado la salvia y la mirra y, desde un vaso de vino rojo, el ojo de la amatista parece el portillo a una dimensión de rosas. ¡Todo parece tan vacuo! Trémulo ante lo inútil del encantamiento; (la mariposa sigue siendo la triste imagen del inmóvil vuelo en un cementerio de grafemas), cierras el libro con una suprema ira, como si intentaras aplastar todos tus pensamientos, los abyectos conjuros, a vos mismo, para empezar a ser otra cosa... ¿otra cosa? ¿Por qué no? Al final, se piense lo que se piense, cualquier mutación posible se ve atrapada en la materia mientras ocupemos este cuerpo...
Dormir siempre viene bien. Y lo haces con facilidad. Y, ya antes de dormirte, sabes de antemano en cuál parte del juego entrará la variación. La instrucción es sencilla para la chacha de servicio: abrir la ventana hasta el postigo, «y yo ya no seré yo, porque mi casa ya no será mi casa». Tal vez la chica, impresionable como es, se conmoverá ante el prodigio, tal vez grité; no de ver la mariposa funambulesca hacia su vuelo supremo a la libertad; no, yo creo que la aterrará el hecho de mirar la cama vacía y la silla de un paralítico arrebujada en la esquina...
Marvin Mora, Costa Rica, Estados Unidos © 2023
liciniomaron@aol.com
Otros cuentos del autor en Proyecto Sherezade:
Para enviar un comentario sobre este cuento pulsar
Para ver lo que los lectores han dicho sobre este cuento pulsar