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Página 130

...fue entonces, que tomó el libro; creyó que fingir un azar por lo precipitado de la acción era bueno. Lo sabía allí: un libro entre los libros de portadas añejas. Tomarlo entre sus manos, oler su intimidad, y luego abanicar sus páginas como quien no sabe por dónde va la cosa, o si el asunto va a terminar en algo concreto o en una abstracción. Nada importa a estas alturas del juego. Al final das con la página elegida; no al arbitrario destino; sí, al designio madurado de antemano. Al final das con la página 130, donde trata de las aciagas traducciones de Venancio de cierto manuscrito de Apuleyo. Mas eso es baladí a tus afanes, pues lo verdadero y trascendente es el fosilizado pergamino de una mariposa morfo que, algún mal día en su dilatada vida, se durmió para siempre cerca del rosal amarillo. De un azul acerado y de bordes negros, mantiene aún cierta dignidad que se resiste a rebajarse. Piensas en el dios humillado que, siendo dador de tal belleza, es, no obstante, incapaz de inmortalizarla. Pero eso es ajeno a tus concienzudos afanes. La ciencia de los viejos alquimistas es lo que importa. Tu afán iniciático por los caminos de una magia tan antigua como misteriosa, de alguna forma marca el momento de actuar sin vacilaciones. Un oscuro salmo bizantino que no alcanzó a leer Eliphas Levi; la “salmodia de la bienventuranza y de la resurrección”, que acabó en tus manos mediando entre siete manos antes que en las tuyas.

Ahora sueltas la fórmula con palabras que te desconciertan en sus dispersos significantes, como si saltaran de tus labios al vacío. También contemplas la teoría de que tratar de devolver la vida primitiva a un ser, algo tiene de sacrílego como de extravagante. Das por hecho que tampoco estás emulando a un dios innecesario en un universo capaz de reinventarse a cada segundo. No, lo tuyo es volver recurrente a desentrañar poderes que nos han arrebatado desde inmemoriales estadios de ignominioso control; sin más.

Sueltas el conjuro, se han quemado la salvia y la mirra y, desde un vaso de vino rojo, el ojo de la amatista parece el portillo a una dimensión de rosas. ¡Todo parece tan vacuo! Trémulo ante lo inútil del encantamiento; (la mariposa sigue siendo la triste imagen del inmóvil vuelo en un cementerio de grafemas), cierras el libro con una suprema ira, como si intentaras aplastar todos tus pensamientos, los abyectos conjuros, a vos mismo, para empezar a ser otra cosa... ¿otra cosa? ¿Por qué no? Al final, se piense lo que se piense, cualquier mutación posible se ve atrapada en la materia mientras ocupemos este cuerpo...

Dormir siempre viene bien. Y lo haces con facilidad. Y, ya antes de dormirte, sabes de antemano en cuál parte del juego entrará la variación. La instrucción es sencilla para la chacha de servicio: abrir la ventana hasta el postigo, «y yo ya no seré yo, porque mi casa ya no será mi casa». Tal vez la chica, impresionable como es, se conmoverá ante el prodigio, tal vez grité; no de ver la mariposa funambulesca hacia su vuelo supremo a la libertad; no, yo creo que la aterrará el hecho de mirar la cama vacía y la silla de un paralítico arrebujada en la esquina...

Marvin Mora, Costa Rica, Estados Unidos © 2023

liciniomaron@aol.com

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