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Los otros nombres de la noche

Se fue en plenilunio, lo que era decir, por la puerta grande de la noche. Bajaba a prisa, casi obviando los escalones. La calle prefiguraba un puerto abierto, a la forma de un teatro poblado de decorados, pero carente de rostros en concreto; tal vez, sólo entidades que se movían en alargados claroscuros. Superada “la calle de los burdeles”, Delio se encontró con el umbral del malecón. Nuria daba la impresión de esperar a alguien, de esperar por él. Fumaba intentando aplacar una bestial impaciencia (esa era tu impresión), mientras la mirabas dar un par de coces con el tacón a una maletita azul. Un golpazo de acumulado maredaje remeció de pronto el malecón como si se tratase de cualquier cosa. La mujer, al tiempo, levantaba la maletita y se encaminaba por el sendero de grava que se separaba de la callejuela, dibujando una línea pétrea cercana al litoral. Y él que pensaba en ofrecerse para acarrear la maletita, pero era claro que su mujer no estaba en su mejor ánimo para recibir cortesías. La seguía con un gran esfuerzo de su parte. «Qué atrás te vas quedando, Delio. Ya no hay certeza de qué nombre darte» Había murmurado Nuria, y vos que querías objetar algo, y no encontrabas qué decir, o tal vez nada iba teniendo sentido, al tiempo que empezaban a percutir unos pasos acelerados a tus espaldas... Eso era algo que no te agradaba, por lo que llevaste tu mano a la jacket para sentir el valor que sólo te podía dar el contacto con el metal. Al final resultó una vanalidad, dado que el revólver estaba sin carga, porque una cosa es llevar un arma y otra tener el coraje de usarla. Sentir el barrilete vacío, sin pólvora, lo entregaba a una insana resignación que se le hacía inaceptable...

Y Nuria que se empecinaba en callar y mostrarse indiferente al trato: «como si no existieras, Delio... Había explicaciones que se hacían necesarias, pero las palabras se te negaban, y Nuria que te iba ignorando, cual si fueses una entidad inexistente...» Quizás esa obstinación de conciliarse en la prolongación de tantas espirales de silencio, provocó la dañosa rotura que produjo el grito que vino del mar. ¿Qué era aquello, y que naturaleza era capaz de emitir un barrito tan infernal? Un espanto que se metía en el cerebro como un aguijón de corales que taladraba las más ocultas regiones de tu mente, constituyendo el único atisbo de explicación posible. Al final, el sofocamiento te hizo parar. Nuria, a quien nada parecía inmutar, principió a alejarse por otros espacios, al tiempo que un cuerpo con reciedumbre pasaba a tu lado, mientras ella, al notar esa nueva presencia, optaba por detenerse.
—Escuché pasos, los sentía a tu lado, me parecieron los de Delio.
—Serían los pasos de otro. En la noche todos los pasos se parecen, no habrán sido los de Delio; a no ser que tengan noción los pasos de un muerto...

Y Delio que escuchaba todo aquello. Y ese peso de las revelaciones que te hunden en abismos que tocan el espacio yermo de la nada. Pero de lo que no te libraría ningún poder suprahumano, Dios los perdone, venía a ser el coletazo de la traición.

—¿Qué hiciste con el arma?
—La escoré hacia el lado del mar... El bruto tenía la suya descargada, ¡habráse visto!
—Delio tenía sus rarezas —concluyó la mujer, mientras reanudaban la marcha, estrechándose el uno al otro. Delio, o lo que de él iba quedando, los veía hasta hacerse sombras por aquel corredor de infinitud. Quedó estático, en medio de la nada, a la manera de una bujía condensándose entre la oscuridad. Sus nociones, escasas como ya se iban haciendo, intentaban desandar el tránsito aciago del sin sentido, el definitivo encaro con la ominosa realidad y su triste aceptación, para retornar hacia quien había sido su carne y su espíritu, el desamado por su mujer y escarnecido por su amigo; aquel infortunado de Delio, sangrado sobre el camastro de una buhardilla sórdida, matoneado mientras intentaba una espuria defensa.

Marvin Mora, Costa Rica, Estados Unidos © 2023

liciniomaron@aol.com

Ilustración realizada por José Luis Martín © 2023

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