Y Nuria que se empecinaba en callar y mostrarse indiferente al trato: «como si no existieras, Delio... Había explicaciones que se hacían necesarias, pero las palabras se te negaban, y Nuria que te iba ignorando, cual si fueses una entidad inexistente...» Quizás esa obstinación de conciliarse en la prolongación de tantas espirales de silencio, provocó la dañosa rotura que produjo el grito que vino del mar. ¿Qué era aquello, y que naturaleza era capaz de emitir un barrito tan infernal? Un espanto que se metía en el cerebro como un aguijón de corales que taladraba las más ocultas regiones de tu mente, constituyendo el único atisbo de explicación posible. Al final, el sofocamiento te hizo parar. Nuria, a quien nada parecía inmutar, principió a alejarse por otros espacios, al tiempo que un cuerpo con reciedumbre pasaba a tu lado, mientras ella, al notar esa nueva presencia, optaba por detenerse.
—Escuché pasos, los sentía a tu lado, me parecieron los de Delio.
—Serían los pasos de otro. En la noche todos los pasos se parecen, no habrán sido los de Delio; a no ser que tengan noción los pasos de un muerto...
Y Delio que escuchaba todo aquello. Y ese peso de las revelaciones que te hunden en abismos que tocan el espacio yermo de la nada. Pero de lo que no te libraría ningún poder suprahumano, Dios los perdone, venía a ser el coletazo de la traición.
—¿Qué hiciste con el arma?
—La escoré hacia el lado del mar... El bruto tenía la suya descargada, ¡habráse visto!
—Delio tenía sus rarezas —concluyó la mujer, mientras reanudaban la marcha, estrechándose el uno al otro. Delio, o lo que de él iba quedando, los veía hasta hacerse sombras por aquel corredor de infinitud. Quedó estático, en medio de la nada, a la manera de una bujía condensándose entre la oscuridad. Sus nociones, escasas como ya se iban haciendo, intentaban desandar el tránsito aciago del sin sentido, el definitivo encaro con la ominosa realidad y su triste aceptación, para retornar hacia quien había sido su carne y su espíritu, el desamado por su mujer y escarnecido por su amigo; aquel infortunado de Delio, sangrado sobre el camastro de una buhardilla sórdida, matoneado mientras intentaba una espuria defensa.
Marvin Mora, Costa Rica, Estados Unidos © 2023
liciniomaron@aol.com
Ilustración realizada por José Luis Martín © 2023
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