A su lado, la mesita de jardín con la botella de ginebra, el agua tónica y la caja de cigarrillos. Todo acomodado a su gusto. «Cómo se han multiplicado las caléndulas, y los macizos de petunias, y los minutos que se pegan a nuestras vidas, y el bullicio de los golpecitos de relojes que escuchamos cuando todo se queda en la calma más insoportable». La concurrencia intermitente de las abejas entre las corolas de girasoles también reclamaba su atención. «Y así,-pensaba con convicción— esa lámpara de aceite que es la vida, se regenerará con un nuevo destello, con un brillo no usado, para dar forma a la ley fija del devenir, acercándonos a nuevos afectos, buscando un cuerpo deleitoso al cual arrimarnos porque se nos hace deseado y, en el mejor de los casos, aferrando el vellón afectuoso de un nuevo perro...»
¿Y si fuera ese el sentido oculto de esta vida: vivir una y otra vez preparando el tránsito a un nuevo despertar en otra paralela de tiempo, semejante a los contornos de esta existencia? Tal vez esto nos parezca poco factible, pero era, al menos, la verdad de Gardenio y con eso le bastaba: el vasto campo de los retornos; la gracia de múltiples planetas, hospitalarios, posibilitando inéditos despertares, auspiciados por frescas auroras y el acento de cercanas aguas.
«La cancela de la contrapuerta se ha abierto. El chirrido que hace me destempla los dientes y me llena de un escalofrío incómodo. Habrá que engrasar los goznes. Berta pasa a mi lado a lo de su labor con las flores, en tanto Duque, que ha venido acompañándola, se posa en sus ancas y me mira con afecto. Tras el seto de girasoles, percibo a Berta. Me observa fijamente. Ahora se mueve hasta que la circunferencia de un girasol gigante la va ocultando a mi examen. Afiliarme, de un tiempo atrás, a uno de esos “seguros de vida”, le proporciona la certeza de ese método que rige su vida. Yo, en cambio, no veo la cosa con tan plácida simpleza: ¿será que me iré antes que ella? Ahora va por el cobertizo acarreando el bidón de los venenos para las hormigas. Me revienta esa obsesión suya contra los pobres insectos; total, es tan mínimo el daño que hacen. Ella sabe de mi incomodidad con el tema, pero parece no importarle. A veces la miro hacer con más atención de mi parte, como ahora lo estoy haciendo. Tal vez sea el juego acucioso al que me empuja una fantasía hogareña y sin sentido. ¡Qué si no! He percibido una extraña incandescencia al intermitente cruzarse de nuestras miradas. Le he visto esa sonrisa suya, casi emulando una mueca que le deforma un poco la comisura izquierda del labio. Duque, en tanto, me mira atento. Hay una sumisa comprensión hacia mí en su mirada.
Marvin Mora, Costa Rica, Estados Unidos © 2025
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