No queda otra que el pasaje. La prudencia indica no interrumpir a los lectores, personas ensimismadas en la fantasía, pero siempre existe alguien dispuesto a hablar del clima que, enseguida, puede derivar en que hasta en ello está la mano oscura del gobierno. Desde ahí, puede saltarse a la familia, hijos maravillosos que sin embargo no tienen tiempo para frecuentar al diciente, o nietos hermosos que por supuesto no se parecen al yerno o nuera en cuestión, ni tampoco a sus familias. Luego está el fútbol como factor de empatía y con los más osados el ensayo de teorías políticas. No faltan los religiosos o místicos, ésos me aburren, son personas que para sostener argumentos son autorreferenciales.
Hay pillos que sugieren un juego de naipes en el que a poco de comenzado le quieren dar un valor, unos pesos simbólicos o alguna consumición en el comedor.
El erotismo está afuera de cualquier resplandor porque los viejos como yo somos invisibles para esos embates.
Sucede a veces el encuentro de un alma gemela con la que compartir sobremesas en el comedor, efímeras amistades sirvientas de una también corta relación con la vida que más que nunca a esta edad sabe vivirse a sí misma.
En este último viaje ocurrió algo singular. Singular por lo impensado. Solo recordé esa estación en una especie de deja-vu y es que había estado allí en una realidad tan distante que los años, más de sesenta, ponían en un plano imaginario. La imaginación forma parte del engaño de la memoria cuando se transportan más de ochenta años vividos (quizá con menos también). La historia hizo pie en un equívoco, como casi todas las historias, una carta, que lamento no haber guardado (de los arrepentidos se sirve Dios), con la que una joven llamada Mílena Jesenska lanzó una especie de licitación para ser amada. Esto lo supuse yo después de años de cavilar el tema, es decir, no tengo certeza de ello, cada uno puede elaborar sus conclusiones.
Un día recibí una carta destinada a un tal Alberto Piñeiro con mi dirección. Por supuesto no poseo ni ese nombre ni ese apellido pero la abrí; la curiosidad me amparaba. Allí, Mílena argumentaba estar prendada de mis ojos, a los que no describía, de mis modos masculinos que me diferenciaban de cualquier hombre sobre la Tierra. De mis intenciones sanas de amar a alguien diferente, condición inevitable del amor; y que deseaba profundizar esta utopía del amor ideal de manera epistolar. Yo era joven, soñador y perseguidor de lo imposible como todo joven que se precie de tal. Respondí a la misiva y desencadené un torrente de cartas (a las que meticulosamente quemé un día), que fueron subiendo el tono en el tiempo que duró la correspondencia hasta que decidí abordar el tren que me llevaría hasta el remoto sitio de la remitente.
Descubrí que Mílena distaba de ser una niña. Era una matrona de más de sesenta que, a pesar de recibirme de manera cortés, supo provocar en mí el desencanto que me acompañaría hasta hoy. Argumenté mi presencia, pero Mílena no atinó a defenderse y ello significó una humillación extra. Hubiera comprendido las excusas que no ocurrieron. Una mujer mayor soltera en aquel sitio, en la década del cincuenta del siglo anterior, con los ojos abiertos soñando cada respuesta, atesorando promesas y fotos en blanco y negro de un puñado de hombres convocados a soñar. Solo atinó a preguntar cómo me había atrevido a romper con el juego, a romper la magia del amor con una presencia que obligaba al descenso del alma por el camino de la belleza. Volví a la estación decidido a continuar con el viaje del descenso. Allí estaba ahora, me reconocí en el recuerdo de quien fui pleno de juventud y esperanzas hechas añicos. Lo vi, me vi, subir al tren. No intenté hacer contacto. Los sueños se desvanecen en los viajes. Los soñados no tienen noción de serlo. Los vivos no tienen noción de los muertos.
Carlos Arturo Trinelli, Argentina © 2025
piedrazul@hotmail.com
Ilustración realizada por Enrique Fernández © 2024
Para enviar un comentario sobre este cuento pulsar
Para ver lo que los lectores han dicho sobre este cuento pulsar
Otros cuentos del autor en Proyecto Sherezade: