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La momia olvidada
Ya era hora de que me encontraran, señor guardia. Llevo más de cuatro años muerto en el sofá de mi casa frente al televisor y ni los vecinos se han preocupado de mi desaparición y mucho menos mi exmujer. Las causas de la muerte no pudieron ser más naturales: insuficiencia hepática, o sea, el hígado hecho polvo de más de cincuenta años de beber, hasta el final –fíjese en la botella de coñac y el vaso vacíos que están tirados junto al sofá y cubiertos de polvo. Si quiere llévese lo que queda de la botella, que debe ser algo menos de la mitad y bébaselo a mi salud. No sé por qué extraño motivo tengo ahora la capacidad de hablar después de muerto. Debe ser como las momias de Frederick Ruysch que hablan a la medianoche en el cuento de Leopardi, y no es que yo haya leído el cuento ni mucho menos, pero desde que estoy muerto hablo como si fuera un catedrático, ventajas de estar en el otro mundo y tener acceso al mundo espiritual y esas cosas. La verdad es que en vida nunca leí nada más allá de la sección de deportes del periódico, ni falta que me hacía. Toda la vida de repartidor y luego con el camión llevando portes hasta que me prejubilaron a los cincuenta y poco por reducción de plantilla. La pensión que me dejaron fue una mierda, pero quién me iba a dar trabajo a esos años y con el paro que hay. Volviendo a las momias que hablan, como mi caso, me imagino que es un efecto pasajero por el susto que me dio usted al entrar tras echar la puerta abajo con ayuda del cerrajero y la orden judicial por llevar cuatro años sin pagar la comunidad de vecinos. La luz me la cortaron al año y pico, cuando se acabó lo poco que tenía en la cuenta de ahorros. De hecho estuve todo ese tiempo viendo la tele, que estaba encendida y con el volumen bajo cuando me morí. ¡La de televisión que me he tragado, anuncios y telebasura! Y lo peor los informercials de la madrugada, porque los muertos no dormimos, como usted puede suponer. Del momento de la muerte en sí casi no me enteré, como quedarme dormido con dolor en el costado, y luego me fui amojamando poco a poco en este clima tan seco y esta habitación tan fresca que da al norte. Todo el alcohol que tengo dentro debió de ayudar lo suyo al proceso, que a falta de formol hizo de líquido embalsamador. Al principio me extrañó que nadie se diera cuenta en el bloque de que estaban conviviendo con un fiambre, pero como no hubo moscas ni mucho hedor es lógico que no se preocuparan. Yo no me hablaba con nadie desde que un año antes de morirme me vine a vivir a este pisito de apenas cuarenta metros cuadrados después de separarme de mi esposa, que se quedó con el piso bueno. No me extraña que me mandara a la mierda después de 30 años de aguantarme. Al principio fue bien, pero luego con los años me convertí en un mueble al que dar de comer y lavarle los calzoncillos y cuatro camisas. No nos hablábamos casi pues yo nunca tuve nada que decir y a mi señora no le gustaba el fútbol ni a mí los culebrones. Y el alcohol me amodorraba y yo no soy de mucho hablar. No se confunda por lo que hablo ahora de muerto, se ve que es un momento excepcional en la historia y cuando usted salga me volveré a callar para la eternidad. Unas cuantas veces, sobre todo el primer año, llamaban al timbre de la puerta o al telefonillo del portal, pero como no contestaba pronto dejaron de hacerlo. Y cuando cortaron la luz dejaron de llamar, y teléfono no había tampoco pues no tenía nadie con quién hablar. Yo creo que sólo me echaron algo de menos en los bares a los que iba por aquí cerca pues era un buen cliente de copas de coñac, pero no he dejado nada a deber, que siempre pagaba en el acto. La verdad es que yo ya sobraba en el mundo. Una pensión, aunque pequeña, que se ahorra el estado, y lo que saquen de vender este pisito para la comunidad de vecinos y para mi ex, que se lo gastará en unas vacaciones en Benidorm o en renovar la cocina de su piso. El entierro poco va a costar, pues como ve este pisito da casi con la tapia de atrás del cementerio municipal, por eso fue tan barato. La de veces que en los cuatro últimos años he tenido ganas de ponerme a andar para ir a enterrarme yo mismo en alguna fosca común del cementerio. Pero al estar muerto no me es posible moverme, como se puede imaginar. El fútbol es lo que más echo de menos, pero ya venía decayendo el deporte en los últimos años, mucho toquecito rápido y poco más. La bebida también la echo algo de menos, sobre todo porque estoy tan reseco tras cuatro años de muerto. De la fecha exacta del deceso no sé qué decirle. Recuerdo que esa noche jugaban el Madrid y el Valencia, pero eso es poca pista. La edad es 54, ó 58 si cuenta los cuatro años de muerto. Aunque la verdad es más complicada pues yo creo que ya llevaba muerto más, desde bien antes de morirme oficialmente. Por lo menos desde mediados de los cuarenta, cuando le fui perdiendo el gusto a la vida, salvo el futbol y la bebida, como ya dije, y la bebida me la tenían prohibida, aunque ni caso que hice. Bueno, ya he hablado mucho y no me queda nada que decir, así que ahora me quedaré callado para la eternidad, que es lo suyo. Acuérdese de llevarse la botella, y adiós.
Enrique Fernández, España, Canadá © 2018
fernand4@cc.umanitoba.ca
Retrato del autor realizado por José Luis Martín © 2018
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