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La ofensa

Lo he descubierto esta mañana. Ahí estaba. El cuchillo de cocina en el compartimiento de los tenedores. Mi primer impulso ha sido ir al salón, apagarle la televisión y recriminarle, como siempre, su falta de orden. Pero he decidido no hacerlo. Lo dejé donde estaba, manifiestamente entorpeciendo el equilibrio de las cosas, desentonando en el por otra parte organizado cajón de los cubiertos. Si ha sido un descuido confío en que se dé cuenta y rectifique. Si no lo hace, sabré que se trata de una nueva campaña en mi contra. Es consciente de que no puedo soportar el desorden. Cada cosa posee un sitio designado. En el cajón de los cubiertos existe un compartimiento para los cuchillos, otro para los tenedores y otro para las cucharas. Siempre ha sido así. No puede ser de otro modo. Se lo he repetido cien veces. No, más veces. Estoy cansado de advertírselo. Lo dejaré ahí. Espero que rectifique su error. Lo espero por su bien, y el mío.

No ha corregido su falta. Persiste en el error. De nuevo ha vuelto a colocar el cuchillo de cocina en el compartimiento de los tenedores. Y ello a pesar de que, durante la comida, he roto el acostumbrado mutismo que nos envuelve para ensalzar la organización y disposición natural de las cosas. Si no fuera por el orden, porque existe un lugar para cada cosa, he dicho, estaríamos perdidos. El caos se apoderaría de la humanidad. He concluido manifestando que la civilización se basa en la armonía. Mas ha sido en vano. Sé que, mientras contemplaba el plato de verduras, ella me escuchaba. Pero no ha hecho caso de la advertencia. Lo cual me lleva a sospechar que esta nueva acción no es producto del despiste sino un acto voluntario de rebeldía. Quiere sacarme de quicio. Descentrarme, hacerme perder los estribos. Pero ignoro la razón. Sabe que cuando eso ocurre ella se lleva la peor parte. A veces no puedo controlarme y se me va la mano. Luego me arrepiento y le pido perdón. Por eso no entiendo su contumacia. ¿Acaso pretende que se lo reproche gritando? No me arredra que me amenace con avisar a los vecinos. Cada inquilino debe inmiscuirse en sus propios asuntos. Esperaré a la cena. Puede que se dé cuenta de su error y rectifique.

Ahí está. Desafiándome. El cuchillo compartiendo espacio con los tenedores. Dios hizo el mundo, los mares y la tierra, los distintos animales, al hombre y a la mujer, y a cada cosa la juntó con los de su especie. Es algo natural. ¿Por qué no puede entender que los diversos compartimentos del cajón de los cubiertos se construyeron con la finalidad de albergar cada uno los utensilios de su especie? Además, ha elegido el cuchillo. Podría haber puesto una cuchara en el compartimiento de los tenedores, pero no, ha elegido el cuchillo. Y con el filo hacia arriba. Un cuchillo con el filo hacia arriba significa que los seres espirituales corren el peligro de herirse. Dos cuchillos en forma de cruz anuncian muerte. Siempre ha sido así. Éste está solo, y con el filo hacia arriba. Dispuesto a herir a un ser espiritual, un ser amante del orden, a mí. ¿Será ése el mensaje que ha querido transmitirme? No sé qué hacer. En este momento duerme. ¿Debería despertarla y gritarle que coloque el cuchillo en el lugar que le corresponde? Quizás esté poniendo a prueba mi paciencia. O mi cordura. Pero no debo ceder. Debe ser ella la que se dé cuenta de su error y cambie el cuchillo de lugar. Presiento que ya no podré conciliar el sueño. Pero ella no debe notarlo. Mañana le daré su última oportunidad.

Durante la mañana apenas si hemos intercambiado palabra. He vuelto a sacar el tema del orden y su influencia en los logros de la civilización. He vuelto a repetir lo de cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa. El desorden siempre reclama víctimas. Eso le he dicho. Parecía no escucharme. Ha hecho la comida y ha fregado mecánicamente. Y ha vuelto a colocar el cuchillo con los tenedores. Ahora sí que no hay duda. Me está provocando. Quiere soliviantarme, sacarme de quicio, volverme loco. Para más malevolencia, ha vuelto a colocarlo con el filo hacia arriba. He tenido que reprimirme para no cogerla del cuello y obligarla, so pena de estrangulamiento, a poner el cuchillo en su lugar. He decidido darle una última oportunidad. Si esta noche después de la cena no rectifica su error, tomaré medidas.

Por fin el cuchillo no está en el compartimiento de los tenedores. Contemplo el cajón de los cubiertos y no observo desorden. Mi espíritu está tranquilo. El cuchillo de cocina tampoco está en el compartimiento de los cuchillos. El cuchillo está en otro lugar, cumpliendo una función más importante. Hace un rato, mientras dormía, lo he clavado en su palpitante pecho. No he podido aguantar más. Apenas si ha emitido un leve quejido. Como si lo esperase. No he resistido por más tiempo. Me encontraba al borde de perder la cordura. Al descubrir esta noche de nuevo el cuchillo en el compartimiento de los tenedores, mis nervios no han podido soportarlo. He tomado el cuchillo, me he dirigido al dormitorio y lo he clavado repetidamente en el pecho de la culpable. El lecho está manchado de sangre. Y eso tampoco me gusta. Mis manos también se han puesto perdidas, pero me las he lavado inmediatamente. Ahora están limpias. Están en orden. Debo llamar a la policía. Que vengan y se lleven el cadáver. Que limpien todo, que restituyan el orden. Pero primero he de extraer el cuchillo de su cuerpo, limpiarlo y dejarlo, como corresponde, en el compartimiento de los cuchillos. Entonces todo habrá vuelto a la normalidad y podré llamar a la policía.

Lamberto García del Cid, España © 2019

lambgar@gmail.com

Lamberto García del Cid nació en Portugalete, Vizcaya, en 1951. Es licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de Bilbao y reside en Zaragoza.
Ha publicado los libros: Elogio de los falsos trajines (Amazon, 2017), Historias para tiempos extraños (Amazon 2018) y Por el camino de K (Amazon, 2018).

Ilustración de Manuel Giron, 2015 © ProLitteris

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