“¿Seguridad o un libre acontecer?”
“¿Y yo que sé? Tú eliges”
Idénticos el uno y el otro, gota a gota. Miedo a miedo. Pelo a pelo. Están, apostados con respirar corto e incesante, a la entrada de un agujero esculpido en el muro, por el tiempo y la herrumbre.
El uno aferrado a la seguridad y a los placeres que trae consigo el disfrutar por siempre el goce inenarrable del hogar permanente, en que con un mero estire de garra y levante del menudo hocico, palpa y aspira deleitado el aromático queso propiedad de sus celosos y obligados anfitriones. Este no ingresará en toda su apacible vida en ese agujero de perdición e inseguridad. Su mirada tiene algún grado de opacidad que lo confirma. La mirada es tan apacible, como su guatita lo es de contenta. No quiere más.
El otro, desarrapado, con pícaro ojo descarado de conquistador arrabalero. Emerge recién del negro boquete, al que de ninguna manera había sido invitado. Su talante es de rebeldía y desparpajo. Ahora buscará a un incauto e incursionará en bolsa ajena. No será el vecino de circunstancias, en caso alguno, su benefactor voluntario. Su hambre es con “H” mayúscula. Es su estado natural. No haya inquietud al respecto. Alguien, en alguna parte, proveerá. Su piel parece distinta. Gotas de sudor como perlas grises ruedan de su cuerpo y se aplanan en el piso indiferente. Mojado pero seco. Sus ojos hablan de noche y luces. Plenos de estrellas y espacio. La magia de “Alicia, la de las maravillas” restalla en el personaje. Las membranas de su corazón están dilatadas, pugnan por comunicar a un oyente abierto al asombro, las delicias del tesoro recién descubierto en la cueva de Alí Babá.
Ahora y aquí están uno y otro, oprimidos por particular hambre mordedora asentada en sus corazones. El uno, pronto a dar un otro salto más allá e iluminar su frente con el reflejo de otra montaña azul, ansia que es una bolsa de nunca llenar. El otro, suspirando por la bolsa de la seguridad la que, a medida que se repleta, crece y jamás se colma. Dos hambres agobiantes, torturadoras e inextinguibles.
Aparte de la experiencia reciente tenida por el uno y de la perpetua inquietud del otro, por mantener contenta la pancita reluciente, nada los diferencia. Igual tamaño, misma piel, idéntico agotamiento.
Por ello es plausible la circunstancia de que, al sorprenderlos, la cocinera de brazos rollizos y apretado traje de mangas cortas y zapatillas silentes, luego de un breve y salvaje acoso, con cara de asco y alto grado de decisión, actúe con diestra mano asesina. Y los envíe al tacho, muy hermanados. Enredada la tripita llena del uno, con los ojitos que aún conservan el brillo cómplice y muy privado del otro.
Jorge Carmi, Chile © 2006
jck@vtr.net
Jorge Carmi es chileno. Autodidacta en la “Escribiduría”. Lo que sí, es un lector empedernido. Su relación única con los concursos: En sus diecisiete y dieciocho, participó en dos concursos nacionales estudiantiles adjudicándose los primeros premios en ambos eventos.
Se evaporó del escribir al sumergirse por décadas en el vertiginoso tráfago empresarial. De modo tal que “Inmereció” ser “Escrito” e inscrito en una línea del libro “El mapa de la extrema riqueza” de Fernando Dashe. Economista. Retornó a escribir, para sí propio. De sus escritos, casi, casi, solo él ha sido el lector único; han sido su terapia y movilidad- cuando le cayó encima una paraplejía no solicitada, en un accidente en auto. Así y desde allí encontró respuestas.
Lo que el autor nos dijo sobre el cuento:
Hay tantas apreciaciones como las distintas miradas de cada lector. Probablemente más nítidas, son distantes y no comprometidas.
Quizás el tema estuvo inmerso en mi inconsciente al observar diferentes actitudes empresariales en mi vida activa y afloró como cuento en mi nueva vida quieta.
Me cautiva la
libertad de emprender, soñar, desplazarse, entender, comunicarse y me abruman quienes entierran los talentos bíblicos en una paz muerta. Entiendo sí a quienes dicen, moviendo la cabeza agoreros e inmovilizados en su seguridad: “Esos locos dilapidan los talentos echándolos alegres e irresponsables por la borda”.
Acaso quise graficar en ese pequeñito escenario y en las dos ratitas vivencias empresariales, frustraciones, sueños, disfrutes intensos. Imágenes fugaces de no retorno.
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