Bueno, chao con lo que podría llamar introducción a mi carta a un muchacho quietecito, que no solo yace en polvo, sino que “polvo eres”.
Denominarte “muertito” no te acomoda; fuiste vivaz, rápido de mente, derrochabas salud. Vivías en el hipódromo, en el Centro Español y en el casino. Ibas con tu papá a cada uno de esos sitios en tu adolescencia, fue él quien te inició en el juego y la trasnoche. El solía decirme cuando yo los visitaba en la tienda de calle Victoria: “Cabrito, para qué pierdes tu tiempo en estudios si de un de repente sin aviso Salomón, tu papá, te va a tirar detrás del mostrador”. Consecuente el buen viejo, cuando con tu hermano Felipe se retiraron de sexto básico, dijo “saben sumar y restar, no necesitan más” y los tiró de cabeza al negocio. La verdad es que ustedes dos pasaban apoyado el trasero contra el árbol frente al negocio, charlando de juegos, mujeres y trago. No de drogas, a Dios gracias en nuestra adolescencia eso estaba en lugares oscuros y solo para iniciados. Recuerdo las charlas interminables que teníamos en torno a ese árbol, no pasaba mujer sin que le pusiéramos nota de uno a siete. Las damas y las dependientes de otros locales trataban de pasar en bajo perfil.
Nuestra adolescencia la pasamos entre piscinas, en la playa el Recreo y billares. Eso, invierno y verano.
Ustedes dos eran socios del club Los pingüinos. Nadadores avezados y mayores que nosotros. Gente que abominaba del verano en que proliferaba juventud ruidosa y público en general que perturbaba el desempeño de su destreza.
Me invitaban seguido al Centro Español. Hasta donde yo supe, eran los únicos no españoles. Los asiduos eran republicanos, opositores al régimen del dictador Franco. Gente ruda y aun así, eran amistosos con nosotros. Jugábamos billar las veces que yo iba, las que no ustedes pasaban echando humo y garabatos en el juego de cartas.
Me presentaste a tus putas y a otras las conocimos juntos. No abundaré en recuerdo de nuestros tiempos de niñez, adolescencia y juventud. No terminaría nunca de evocar imágenes de esa época, ahora nostálgica para mí.
Nos vimos periódicamente hasta nuestros veintitrés. De ahí hasta nuestros cuarentas, casi nada. En esos años yo armé una pequeña constructora que con el tiempo llegó a ser un conglomerado empresarial. Compré un tercio de una empresa dedicada a armar y vender televisores con patente de NEC, empresa japonesa. La mayor del mundo en el rubro. Fui designado su presidente. En recuerdo a nuestra entrañable amistad de hacía mil años, dispuse que os contrataran a ti y a tu hermano en la división ventas. Eran buenos vendedores y vegetaban subvaluados en una pequeña fábrica de ropa interior, propiedad de un primo nuestro. En cosa de meses fueron los dos mejores. Superaron a treinta y cuatro vendedores de experiencia. Se consolidaron económicamente. Eso duró unos catorce meses, hasta que nuestro conglomerado fue arrastrado a la quiebra en una crisis a nivel nacional. Perdí patrimonio y el conjunto de empresas. Trataba de levantarme y un accidente me lanzó a una silla de ruedas.
No supe de ti en la cárcel, ni en el hospital, tampoco en mi arresto domiciliario por seis meses custodiado por un gendarme.
Escuché de un tercero al que dijiste: “Prefiero recordarlo ágil y atlético como era y no en silla de ruedas”. Han pasado treinta y dos años sin juntarnos. Y ya no nos veremos. Me contaron que reposas “hecho polvo” en un ánfora.
Convivimos intensamente en complicidad por años, no imaginamos que algún día el jolgorio terminaría perdido en la noche de los tiempos.
En mi quiebra y lesión te apartaste de mí, cuando precisaba el apoyo y calidez de quien me comprendía sin palabras. No supe más de ti. No hablamos, no cerramos el círculo. Quedaron cosas pendientes entre nosotros.
Antes de hacerlo, “spareciste”, como tu decías por desaparecer; eres un”caláver”, como decías por cadáver, ya que creías que venía de calavera.
En los lejanos tiempos de adolescente solías decir “somos más que hermanos, somos primos hermanos”. Esa frase entrañable sé que la sentías en tus tripas y corazón, al igual que yo.
Te pregunto, “primo hermano, más que hermano”:
¿Qué nos pasó? O, ¿qué no pasó?
Jorge Carmi, Chile © 2015
jck@vtr.net
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