Tenía bastantes cosas que hacer y no quería demorarme mucho, así que evité enfrentamientos inútiles y me dirigí hacia la puerta principal. Desgraciadamente, ya aquellos energúmenos la habían cerrado.
-¿Por dónde hay que salir? -pregunté.
-¿Es que hay que salir? -fue toda la respuesta que me dieron.
Hay días en que es mejor olvidarse de salir de casa, y éste por lo visto iba a ser uno de esos días. Con paciencia, empecé a recorrer las salidas del piso bajo. Nada. Todo cerrado. La sala de los bedeles estaba abandonada. Nadie llevaba bata azul. Así que me decidí a preguntar por segunda vez.
-Oiga, señorita, ¿por dónde puedo salir?
-Ja, ja, ja, ja, ja -fue la respuesta en esta ocasión.
Por delante de mis ojos empezaron a pasar parejas de jóvenes vestidos en las formas más grotescas. Hadas madrinas con chulos de verbena, guardias civiles con gitanas echasuertes, fantasmas con bomberos cargados de extintor, Buster Keaton con Penélope Glamour en un Rolls-Royce de cartón...
Volví sobre mis pasos pero me fue imposible encontrar las escaleras de la entrada principal. ¿Dónde demontres podrían estar?
-Oiga, por favor, ¿las escaleras de la entrada principal...? -pregunté.
-Pues me parece que están en la entrada principal -me dijeron-. La última vez que las vi estaban allí, así que yo que tú probaba suerte por allí, macho...
No podía reconocer nada, el techo estaba lleno de papel higiénico por todas partes y había ruidos muy extraños. Había mucha gente vestida de Drácula y de cosas peores. Me metí por una puerta baja que parecía la de mi despacho, pero que me llevó hasta una gran sala donde se bailaba y donde estaban distribuyendo bebidas con unos barriles metálicos. Salí otra vez y di unas vueltas, pero aquel lugar no parecía la facultad y no había escaleras por ningún sitio. Me senté un rato en el suelo.
Habría pasado una media hora cuando decidí no soportar más aquel ruido ensordecedor y volví a explorar el otro lado de los pasillos. En algún momento me encontré en un enorme vestíbulo en el que había dos puertas, con un gran rótulo en cada una. En la primera decía "Comedia" y en la segunda "Tragedia". Lógicamente decidí entrar en la de la Comedia.
En esta sala había menos gente que al otro lado de los pasillos y la música no estaba tan alta. Por un momento, pensé que aquí podría tener algo de suerte. Pregunté a unas chicas con aspecto de bailarinas de can-can:
-Oigan, ¿cómo puedo salir de este sitio?
-Hombre, no te vayas todavía, la noche es joven. Además, en la Tragedia no hay diversión ninguna. Aquí es donde está el buen cotarro.
-No, no. Lo que yo necesito es salir del edificio, tengo que volver a casa...
-Pero hombre, si no son ni las nueve... ¿Es que tu mujer no te deja tomar un poco el aire? ¿De qué tiene miedo? No será de nosotras...
-Mire -dije con serenidad-, no me interesa discutir sobre horarios ni calendarios. ¿Puede usted indicarme por dónde se sale?
-Ja, ja, ja, ja, ja -rieron todas las chicas a coro.
En ese momento, una mujer con aspecto de pirata, subida a una mesa, empuñando un micrófono y con la mano en la cadera, reclamó la atención de todos los presentes:
-Vamos, comediantes. Vamos a la carga. Que la noche es joven y la lanza es larga. Vamos a empezar el concurso de disfraces de la Comedia.
Dicho lo cual, empezó a animar a la multitud con gritos bastante desafinados:
-Chunga la chunga, la chunga la chun, la moda retro es la que quieres tú. Tira palante, tira patrás, tira del baúl y marca el compás -y esto lo repitió más de diez veces.
Puede que yo sea viejo, que el rock sea una forma suprema del arte, que las habaneras sean juegos de niños comparadas con el jazz. Pero, miren, señores, esto que yo escuché allí no merecía la pena escucharse.
Sí, continúo. No me quedé a oír más sandeces. Al salir por la puerta vi a un hombre y una mujer desnudos, atados con cadenas, que eran transportados hacia la sala de la Comedia. ¡Como esclavos!
-¿Son éstos los que dan como primer premio de este año? -preguntó un extraterrestre con ojos verdes.
-No -le contestó el verdugo que los llevaba-. Estos son los que han perdido la primera ronda de la Tragedia. En la Comedia este año dan dos de cada.
He de decir, llegado a este punto, que en los cincuenta y tres años de servicio que llevo en la Facultad de Derecho, jamás pude imaginar que este edificio pudiese llegar a albergar negocios de prostitución. Digo esto con objeto de que cualquier investigación futura que se realice con motivo de lo sucedido esa noche deje claro, y bien claro, que yo no tengo conocimiento, ni arte ni parte, en los sucios negocios de esa baja ralea de desalmados en la que se han convertido quienes antiguamente merecían el nombre de "estudiantes". Y si ustedes insisten en defender la agradable teoría de que aquellos energúmenos estaban "de broma", pues sobre su conciencia será cargado, porque yo sé lo que vi y lo que oí.
Sí, sí, continúo. Tan escandalizado estaba de ver lo que estaba pasando, que sin esperar ni dos instantes me metí a la sala de la Tragedia, para descubrir todo el ajo del asunto. Aquí sí que abundaban los dráculas, las calabazas parlantes, las muertes con guadaña... El director de esta función llevaba una careta de presidente del gobierno. Y con razón...
Hombre, ¿que por qué meto al presidente del gobierno en esto? ¿Es que el gobierno no tiene responsabilidad en las cosas que pasan y que se dejan pasar en los edificios públicos? ¿A esto hemos llegado?
Sí, sí, continúo. Mire, señor fiscal, yo vi cosas que jamás pensé que llegaría a ver: el señor decano fustigado en las nalgas por no poder contestar en qué año se vio por última vez el cometa Halley; la mujer de la limpieza que limpia mi despacho haciendo una imitación de Raphael en inglés, y sin más ropa que un corsé; dos rufianes de los tiempos de Cervantes ejecutando un combate caballeril con ristras de chorizos en vez de lanzas; en fin, cosas que ni tenían nombre, y no me ponga usted esa cara. Yo sé lo que he visto.
Unos desalmados me hicieron beber no sé qué brebaje. Cualquiera que haya estado allí le podrá asegurar que yo no bebí aquello por mi voluntad. No sé qué era. Si no había alcohol en mi sangre algo distinto habrá sido. Y no ponga usted esa cara, porque todos sabemos que hay muchas sustancias que alteran la conducta y que no son alcohol. ¡Todos lo sabemos!
La gente me empujaba, el ruido era insoportable, no podía encontrar la puerta para salir de aquel antro.
Lo que no pude sufrir, fue ver aquella asquerosa representación de "La Vida es Sueño" que, por motivos que Dios sabrá, se empezó a representar en una esquina. Segismundo eructaba y decía cosas soeces. Había marcianos y caballos con alas que se movían por los techos, cucarachas enormes que cambiaban de tamaño, luces cegadoras...
Me creí afortunado cuando vislumbré la puerta y me abalancé hacia ella. Noté que alguien me agarraba del cuello e hice lo necesario para escabullirme. Comprobé que había un paraguas en mi mano y me hice sitio entre aquella marejada de idiotas y borrachos. No recuerdo si golpeé cabezas, manos, pies, cualquier parte que golpeara la doy por buena...
De algún modo, conseguí abrirme paso hasta la puerta y salí corriendo. Mis pies me llevaron hasta el jardín de la entrada de la facultad. No sé por dónde salí.
Aturdido, cansado, a punto del desmayo, me senté en un banco e intenté recobrar el aliento. Las luces de las farolas me hacían daño y mantuve mis ojos cerrados por un largo rato.
Sí, escuché algo más. Un par de idiotas estaban comentando idioteces a la puerta. Uno de ellos dijo:
-¿Sabes? Este año la Tragedia estuvo mejor que la Comedia. Había un tipo disfrazado de vejete que era todo un espectáculo. No hacía más que protestar y echar babilla, y al final sacó un paraguas y se lió a garrotazos con todo el mundo. Parecía talmente un anciano de verdad. Una pasada.
Eso fue poco antes de que llegaran las ambulancias.
José Luis Martín, España, US © 1998
joselmartin@hotmail.com
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