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Mickey liberado

Mickey puso sus escasas pertenencias en una maleta de cartón verde y se dirigió al punto designado por la compañía para firmar la resolución de su contrato. Despúes de 95 años trabajando en la compañía, eran exiguas sus posesiones: un tirachinas, dos pares de pantalones con tirantes, una peluca de tipo dieciochesco, unos zapatos amarillos que le hacían daño... poco más.

A la salida del hangar 23, Mickey volvió la vista atrás y tuvo una sensación de vacío en el estómago.

El sargento Husky saludó a Mickey sin cordialidad y procedió a recordarle que le estaba prohibido regresar al terreno de la compañía Disney de por vida, que cualquier imagen suya obtenida durante sus 95 años de trabajo podría ser utilizada por la compañía sin contraprestación alguna, que debía guardar absoluto silencio sobre cualquier ilegalidad acontecida durante los rodajes, y que nunca podría presentarse en sociedad utilizando los logos o distintivos de Disney. Por el contrario, se le permitía conservar su nombre.

Mickey firmó el papel que el sargento le puso ante los ojos, sin pensar en nada, y luego se quedó observando la feliz y armoniosa firma que su mano había dejado en el fondo del impreso: Mickey Mouse (R). El sargento se apresuró a tachar la letra R y le devolvió a Mickey la copia rosa, quedándose él con la blanca, no sin echarle una desdeñosa mirada.

Era una mañana nublada y fresca en Orlando, inusualmente fresca, pero esto le sirvió de acicate para caminar con más presteza hasta la estación del tren. Allí pensaba tomar un convoy con destino Miami, a falta de mejor idea.

Cuando llegó a la estación, se dio cuenta de que no tenía dinero. Se quedó mirando la lista de los precios de los billetes y una lágrima ya asomaba a su redondeada cara, cuando oyó una voz desconocida que intentaba reconfortarle:
—Vamos, hombre, no te preocupes, yo te pago el billete —se giró y vio a su espalda a un hombre bonachón y regordete que nunca había visto, pero que le sonreía como si le conociera de toda la vida.
—Quie... quiero ir a Miami.
—Por supuesto, amigo. Dele a este ratón un billete en primera clase para el próximo tren a Miami —y puso un billete de cien dólares sobre el pequeño mostrador junto a la ventanilla.
Presto! —afirmó la voz del vendedor.

Mickey se quedó mirando el dinero de la vuelta que el hombre dejó sobre el mostrador cuando él cogió el billete. El hombre bonachón hizo un rollo con los billetes y se los entregó al ratón, que tuvo que ponerlos en un bolsillo interior del pantalón porque no llevaba camisa.
—No se puede andar por el mundo sin dinero... —dijo el hombre.

Mickey estuvo un rato mirando a las nubes que pasaban sobre Orlando, pero que parecían no querer descargar una gota de lluvia. El tren llegó, tal como estaba anunciado, a las 11:23, ni un segundo antes ni un segundo después. Se volvió para darle las gracias al hombre regordete, pero ya no estaba. Se sintió mal por no haber sido más agradecido.

Mickey subió al tren y escogió un discreto asiento en la esquina, al fondo de un vagón de primera. Después de cinco minutos, el tren se puso en marcha. Era un tren rápido y el aire acondicionado era potente. El silencio invitaba un poco al sueño, aunque Mickey no sentía somnolencia alguna. Las nubes aún andaban dando vueltas por los alrededores, pero parecía que querían despejar.

Unos minutos después, un hombre joven, moreno y con el pelo rizado, se sentó en el asiento que le hacía frente. Le tendió su mano y se presentó:
—Me llamo Herbert Brancusi, del Maimi Herald.
—Oh, es usted periodista. He conocido algunos periodistas durante mi carrera en Disney, sé que es una profesión dura.
—No me quejo. Hoy en día, si escribes cualquier tontería en contra de los rusos te puedes hacer de oro, jajajaja.

Mickey no comprendió el chiste y se quedó mirando de hito en hito al joven periodista, quien llevaba en su mano un sombrero de paja.
—¿Cuánto vale hoy en día un sombrero de paja? —preguntó el ratón.
—Oh, cero dólares, jeje —contestó Herbet, y le puso el sombrero sobre las rodillas—. Hace mucho calor en Miami —añadió.
—¿Usted también ha visto mis películas?
—Todos hemos visto tus películas. No te preocupes, nunca te faltará una mano amiga —aseguró Herbert y sonrió, pero Mickey se sentía incapaz de sonreír de vuelta.

El revisor pasó y ticó los billetes de los dos.
—Estáis muy lejos de vuestros respectivos asientos, pero como el tren va vacío haré la vista gorda. Por supuesto, si alguien reclama estos asientos tendréis que cederlos.
—Gracias —se apresuró a decir Mickey. Sus piernas colgaban del asiento del tren y se bamboleaban con el traqueteo. Apoyó la cabeza sobre la ventana y su oreja izquierda sintió el frescor del cristal.

Mickey mantuvo sus ojos cerrados durante unos minutos. Al abrirlos, Herbert seguía allí, observándole fijamente.
—¿Ya tienes planes para tu carrera fuera de Disney?
—No... ha sido todo tan rápido... Yo...
—Pero es la ley, uno recibe su libertad al cumplir los 95 años de los derechos de copia. ¿No habías planeado este momento?
—Yo nunca lo pensé. Sólo me he dedicado a trabajar...
—Ya veo. Bueno, en el mundo actual se abren grandes oportunidades para un personaje liberado de los designios de una compañía. Por ejemplo, algunos personajes de Disney han ganado mucho dinero apareciendo en películas de terror y también en el porno, el porno es una industria en auge.

Mickey abió sus ojos como platos. Se excusó diciendo que necesitaba ir al baño y buscó el vagón bar para poder tomarse algo fresco.

Después de varios minutos de deambular por el tren, descubrió que el bar estaba totalmente al otro extremo. Se sentó en un taburete y pidió un ginger ale. El camarero cumplió su petición raudamente.
—Pocos caballeros piden hoy en día un ginger ale, ya casi no se toma. Ha tenido usted suerte de que esta compañía sea un poco anticuada.
—Lo anticuado mola —dijo el ratón, contento de que alguien le hablara de usted.

Mickey tomó un periódico de la barra y comenzó a leer las noticias, aunque pronto se dio cuenta de que las cosas que estaban sucediendo en el mundo eran demasiado tristes y en el fondo le importaban todas un comino. Dedicó un largo rato a mirar el paisaje desde las límpidas ventanas del Southern Railroad Express Coach. La Florida seguía siendo un panorama más interesante que el mundo de la política y los negocios.
—¿Preparado para abrazar la Contracultura? —preguntó a su espalda un hombre muy rubio, despeinado, enfundado en unos vaqueros azules raídos y un suéter negro no muy nuevo ni limpio.
—¿Cómo? —contestó Mickey, confuso, dándose la vuelta.
—Ahora que ya no eres propiedad de esa bazofia capitalista de Disney, podrás aparecer en las obras de cineatas independientes...
—¿Es usted cineasta? —dedujo Mickey.
—Pues sí, lo soy. Mi nombre artístico es Kurt in Vein. De hecho, he estado pensando en las grandes posibilidades de una peli independiente contigo como protagonista. Yo diría que la juventud actual solo está interesada en experiencias fuertes, el terror sin censuras, el gore... Nadie diría que no a una entrada para Saw Mickey, jajajaja.
—¿Y en qué consistiría Saw Mickey?
—Obviamente, habría que cortarte en rodajas: un asesino en serie de ratones te atrapa y te va cortando partes del cuerpo si no le depositan un millón de dólares en una cuenta suiza. No quiero decir en total, quiero decir un millón por parte. Sé que eres valioso. Dos millones por las orejas, dos millones por las piernas... Esa peli sería una mina y podrías hacerte de oro.
—¿¿Está usted loco?? —explotó Mickey, con los ojos fuera de las órbitas.
—No, hombre. No lo haría realmente, hablo de efectos especiales. Ya la contracultura hippy no interesa a nadie. No van a comprar entradas para ver Mickey entres las florecillas o Mickey, médico sin fronteras. El público contracultural de hoy es un público adulto. La cultura no oficial se ha abierto por fin a los placeres del sadomasoquismo extremo.
—Pero, pero, ¿¿qué necesidad hay de hacer esas salvajadas??
—Hijo mío —explicó Kurt en tono condescendiente—, todos los personajes de Disney han aprendido a adaptarse al mundo actual tras su liberación. La sangre, el dolor y la putrefacción representan el auténtico destino humano que la Cultura Oficial nos ha querido ocultar bajo una capa de felicidad barata y capitalista. ¡Ser adulto significa asumir la naturalidad de la Violencia, la inevitabilidad de la Muerte!
—Caballero —contestó el ratón con renovado brío—, ahora voy a regresar a mi asiento y le ruego que no me siga o me veré obligado a llamar a la policía.

Mickey regresó a toda prisa al otro extremo del tren. Sintió algo de miedo de que alguien hubiera podido robar su maleta de cartón, ya fuera por codicia o por afán de coleccionar objetos de actores famosos como él. Pero su temor era infundado, la maleta estaba en su sitio, en el asiento de al lado, y Herbert había desaparecido. Esto era también buena noticia, porque no le apetecía hablar de nuevo con Herbert.

El tren no tardó mucho en llegar a la estación de Miami, que era grande y populosa como Mickey la recordaba, aunque no lucía ya como en 1929, cuando hizo el viaje inverso. Ahora había todo tipo de máquinas expendedoras y mucho más ruido, y no había ya ni rastro de la carbonilla que había entrado en los ojos de Mickey en aquella ocasión.

Al ir a coger la maleta para descender, se dio cuenta de que había una tarjeta de visita insertada en la ranura. La sacó y leyó el texto: "CARTOON PORN EMPORIUM. Number 1 in Cartoon Pornography. Miami Beach Road, 69." Herbert había pintado sobre la tarjeta un smiley con dos grandes orejas.

Mickey rompió la tarjeta en pedazos, la tiró en la papelera y descendió del tren. Buscó un lugar donde sentarse y dejó salir sus lágrimas. Lloró varias horas, más horas de las que nunca había sido capaz de llorar.

José Luis Martín, España © 2022

joselmartin@hotmail.com

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