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El sol en la cara

Tenía el sol de cara. Sentía mi piel roja como un tomate y mis ojos estaban cansados de guiñar, intentando ver a Sandra.

-¡Gilipollas!

Me froté los ojos de nuevo. Mis pies sentían las pequeñas chinitas mezcladas con cemento que componían el borde de la piscina.

-¡Gilipollas!

Hice una visera con mi mano y contemplé a Sandra por un momento, con su ridículo bañador rosa de cuerpo entero, su pelo mojado sobre los hombros, su diadema puesta sobre la cabeza.

-¡Gilipollas!
-¡Rata asquerosa!

Los ojos me lloraban por el calor y mi cabeza estaba ardiendo. Estaba sudando y me picaba entre las piernas.

-Si vuelves a tocar el pato una vez más, te saco los ojos.
-Cómete tu pato de mierda.

Sandra estaba metiéndose en el pato, el pico naranja y los grandes ojos negros vibraban sobre su barriga mientras se ajustaba el flotador, las mandíbulas tensas, los dientes apretando unos contra otros, el pelo lanzado hacia atrás por una mano furiosa.

-Los flotadores son para nadar... -comenté.

El sol me dio otra vez en los ojos, mientras bajaba mi mano derecha e intentaba terminar con el picor. No la vi avalanzarse sobre mí, sólo sentí dos manos abiertas chocar contra mi pecho, luego mis talones cediendo y mi espalda arqueándose hacia atrás, mis brazos intentando mantener el equilibrio, como un pato.

-¡Gilipollas!

No me hice mucho daño en la espalda, porque cayó sobre la hierba. Sólo mi cabeza estuvo retumbando unos segundos después del golpe en la tierra, ligeramente amortiguado por unas briznas de césped. El golpe sonó estúpido.

-¡Gilipollas!

Me lloraban los ojos por el calor. No me apetecía levantarme. Apoyado en mis codos, pude ver de nuevo a Sandra con los brazos cruzados, la boca cerrada, la diadema medio caída hacia la derecha.

-¡Cómete tu pato de mierda!

Cuando abrí los ojos Sandra ya estaba cayendo sobre mí, sus manos lanzadas contra mis antebrazos y su pico de pato clavándose en mi ombligo y emitiendo un raro sonido, no muy distinto del que hacen los patos de verdad.

No me resultó difícil darme la vuelta, con mis manos sujetando sus muñecas, mi estómago ahogando al pato, mi sudor goteando sobre su bañador rosa.

-¡Mmmmmmm.....!
-Cállate de una vez, rata asquerosa.

Mi pie izquierdo resbaló sobre la hierba y mi mentón golpeó el pecho de Sandra.

No sé cómo consiguió levantarse y levantarme. Me dolía la cabeza de tanto calor. Mis pies intentaron encontrar un apoyo seguro, pero estábamos ya volando, a una velocidad difícil de comprender. Sentía mi cuerpo volar hacia arriba con ligereza, mientras sus manos apretaban mis antebrazos, clavando en mi piel sus dedos y sus uñas picudas pintadas de rosa.

El vuelo pareció estúpidamente largo, y luego caímos en mitad de la piscina, mis talones hundiéndose, los dos cuerpos rebozados en un mar de burbujas.

Creo que mis pies tocaron el suelo de la piscina, aunque pensándolo bien no creo que llegara hasta allá abajo. Mi cabeza estaba por fin sumergida en el agua, mi cerebro podía sentir el frescor a través de la piel y el cráneo, y ya no me picaba entre las piernas. Me dejé hundir, con los ojos cerrados, intentando relajar mis brazos.

Cuando abrí los ojos vi a Sandra voltearse, agitar los brazos y dar pinetas dentro del agua como una loca, con el pato desinflado a la cintura, el pico rasgado y los ojos abombados en una expresión de asfixia.

Era la primera vez que abría mis ojos dentro del agua. Mi cuerpo estaba subiendo por sí solo, mientras las burbujas se extinguían.

Saqué mi cabeza fuera de la piscina. Me subí el bañador, que estaba a la altura de mis rodillas, y sentí el calor del sol, de nuevo sobre mi cabeza. La tenía mojada pero sentía el calor como si estuviera seca. El balón blanco y amarillo estaba aún entre las sillas metálicas y la tumbona.

Me zambullí de nuevo y mis brazos abrieron una corriente delante de mí, para llegar a donde estaba Sandra. Sus ojos estaban abiertos y su cuerpo seguía girando arriba y abajo, con su cintura por eje, como un maldito bombo de la lotería.

Fue fácil agarrar sus muñecas, aunque se movía más deprisa de lo que una persona puede moverse dentro del agua. También fue fácil propulsarla hacia arriba, aunque esto resultó menos sorprendente. No sé cómo supe qué era lo que tenía que hacer. Pero todo acabó en dos segundos.

Cuando mi cabeza salió del agua, la boca de Sandra estaba escupiendo el agua que había tragado, y el chorro me cayó sobre la cabeza. Pero tampoco había tragado tanta agua como cabía esperar. La llevé hasta el borde de la piscina, la agarré por los muslos y la senté, con sus pies aún dentro del agua. Al pico del pato le faltaba un trozo, que luego encontré enganchado en el remache del cordón de mi bañador.

Mi cabeza estaba fresca, ya no podía sentir el calor del sol, aunque aún brillaban los rayos sobre las sillas metálicas. El viento se estaba llevando el balón.

Me quedé mirando la cara de Sandra, sus mandíbulas apretadas, su diadema caída ahora hacia la izquierda, y sus mejillas tan rojas que parecían de la misma tela que la tumbona. Su mano derecha llegó a mi cara como una flecha, dejándome los cinco dedos marcados en la mejilla izquierda. Podía sentir el calor de cada una de las marcas, mientras las gotas que salpicaron de mi pelo con la sacudida refrescaban mi mejilla derecha.

-¡Gilipollas!

José Luis Martín, España, Estados Unidos © 2001

joselmartin@hotmail.com

La ilustración para este cuento ha sido realizada por Enrique Fernández

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