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Acariciando el premio mayor

"Hoy tampoco he ido a la facultad. Me levanté temprano,
tomé el camión con destino a la UNAM, pero me bajé antes
y dediqué gran parte de la mañana a vagar por el centro.
Primero entré en la Librería del Sótano
y me compré un libro de Pierre Louys, después crucé Juárez,
compré una torta de jamón y me fui a leer
y a comer sentado en un banco de la Alameda.
"
(Roberto Bolaño, Los detectives salvajes)

 "Sí, es verdad: todo sería más sencillo si no tuviera que hacerlo a escondidas", pensó Toño mientras observaba, con una mezcla de fatiga y desazón, la larga cola que atravesaba toda la fachada del Banco Central de Reserva.

Hasta ahí había llegado presuroso con las cinco copias del manuscrito y, también, con la plica lista, incluyendo fotocopia legalizada de su DNI y una declaración jurada de autoría, tal y como lo indicaban las bases del Premio Nacional José María Arguedas.

Le había costado un triunfo conseguir el dinero para fotocopiar las ciento cincuenta páginas. Diariamente, su madre apenas le daba tres escasos soles para ir y venir de la Universidad Nacional de Ingeniería, en donde él cursaba el último año de ingeniería informática.
-Mamá, necesito cincuenta soles-le había dicho en la mañana, antes de apurar el zumo de piña acostumbrado.
-¿Para qué tanta plata?-le preguntó mostrando una evidente molestia que deformaba su rostro.
-Tengo que imprimir una tesis de Mercadotecnia: son como quinientas páginas y además necesito comprar unos manuales para mis prácticas de Algoritmia Avanzada.
-Me traes las boletas de todo, ¿conforme?
-Sí, mamá, las traeré-respondió con la cabeza gacha: fijando la vista sobre las hojuelas de avena de su plato. Cuando ella le entregó el billete se sintió mal por engañarla, un hijo estafador, casi un mequetrefe. Por un instante, quiso confesar su mentira, le pareció como si un mensajero de su conciencia le cuchicheara algo en la oreja:
-Gracias-masculló y fue en busca de su mochila: ahí descansaba el preciado original que, además de hacerlo acreedor a un suculento premio en métalico, debía abrirle las puertas de la imprenta–. Ah, y tienes que darme para comprar más tinta.
-¿Por qué? ¿Ya te has acabado la tinta de la impresora? ¡Si la compré la semana pasada!
-He tenido que imprimir muchos trabajos estos días, mamá-mintió casi maquinalmente. Avanzó hasta la puerta y ganó la calle. Consultó su reloj y echó a correr detrás del microbús de servicio urbano.

La extensa hilera de gente evolucionaba hacia la otra cuadra, pero él seguía esperando en el mismo sitio: "me tardaré un buen rato, debí venir más temprano, caracho". Le había robado muchas horas a sus clases universitarias, se había exonerado de fiestas, viajes veraniegos, paseos, invitaciones al cine, etcétera. Todo por echar a andar esa novela que siempre le resultaba inacabada. La última noche no la pasó escribiendo sino leyendo. Terminó de leer una obra literaria que lo había puesto cara a cara con el horror de su país.

¿Me parezco a Mayta?, pensó completamente aturdido, yo también soy un inadaptado, no encajo en la vida, no encajo en mi familia, no encajo en ningún lado. Tampoco encajo en la literatura: siempre estás perdiendo el tiempo, Toño, por eso haces tus cosas sin que nadie se entere..., en el fondo eres como Mayta: te avergüenzas de ser como eres...

A tales reflexiones se entregaba mientras la cola avanzaba, despacio, sin ganas. El año pasado se había jurado olvidarse definitivamente de la tontería ésa de escribir una novelita pero, a pesar de su decisión, siempre buscaba un pretexto para huir de los demás y encontrarse con su cuaderno de notas que ya lucía garrapateado de correcciones y tachaduras. ¿Estaba su novela por fin lista para concursar en el premio literario más importante del país? Por más que lo pensaba, no lograba encontrar una respuesta, inclusive el otro día había juzgado pertinente escribir un prólogo para que el jurado no lo malentendiera. Creía, en su fuero íntimo, que el éxito le rehuía porque no lo comprendían: necesitaba lectores de la más alta solvencia literaria.

Después de dos largas horas de impaciente espera se vio, por fin, cara a cara con la secretaria de cultura del banco:
-Quiero participar en el Premio de Novela-balbuceó entregándole los ejemplares mientras la mujer dirigía hacia él una mirada interrogativa–. El año pasado quise participar pero... No sé..., como que me arrepentí a última hora. Sé que usted me entiende, algo dentro de mí me decía que le faltaba algo, no sabía bien qué era, pero había un cabo suelto. Espero que...
-¡Estos ejemplares no pueden llevar ese título!-exclamó ella, amoscada.
-¿Cómo que no pueden llevar ese título?-murmuró inmóvil de desesperación.
-¡Váyase, váyase!-repitió iracunda la dama–. Lea bien las bases y no me haga perder el tiempo. ¡A quién se le ocurre poner Historia de Mayta! Una de dos: o me cree ignorante, o usted se cree Vargas Llosa.

Toño sintió como si dentro de sus entrañas algo estallara. Sin mirar ni comprender, dejó pasar al sujeto que le sucedía en la cola, caminó hasta la puerta del Banco Central de Reserva y salió a la calle. Volvió lentamente a su casa... Al llegar, vio que su madre lo esperaba ofuscada al pie de la puerta. Ella le pidió las boletas y, también, el vuelto de los cincuenta soles. Él la miró, desgarrado, y echó a llorar antes de mirarla a los ojos:
-Me equivoqué de título, eso me pasa por hacer mis cosas a escondidas.
Ella lo miró con recelo: pensó que su hijo había desaprobado alguna materia o que talvez se trataba de una treta para sacarle un poco más de dinero. 

Orlando Mazeyra Guillén, Perú © 2008

mazeyra@gmail.com

URGENTE: Necesito un retazo de felicidad (Lima: Bizarro Ediciones, 2007), es su primer libro de relatos. Estudió en el Colegio De La Salle y en la Universidad Católica de Santa María. Con Todo comenzó en la Universidad ganó el Primer Premio Nacional Universitario NICANOR DE LA FUENTE (2003), organizado por la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo de Lambayeque (los jurados nacionales fueron Oswaldo Reynoso y Óscar Colchado). Es columnista del diario El Pueblo de Arequipa y colaborador de la revista literaria Hermano Cerdo de México y el diario Noticias de Arequipa. Ha publicado en El Parnaso (Granada), Cervantes Virtual (Alicante), El Hablador (Lima), Letralia (Venezuela), Destiempos (México) y en el Proyecto Patrimonio de Santiago de Chile. Dos de sus relatos han sido seleccionados por el Proyecto SHEREZADE (Canadá). Otras de sus producciones aparecen el PROYECTO QUIPU que promueve el crítico Gustavo Faverón y en la bitácora GAMBITO DE PEÓN del escritor Ricardo Sumalavia.
Su ensayo "¿Peruano, yo? Arequipeño tampoco" ocupó el tercer lugar en el Primer Certamen Literario organizado por la Alianza Francesa de Arequipa y el Semanario de política y cultura El Búho.
Administra la bitácora Manuscritos de un diletante: http://orlandomazeyra.blogspot.com/

El autor habla de su cuento
Esta historia habla del fracaso. F-R-A-C-A-S-O. Podría ser porque, para mí, escribir siempre termina siendo un fracaso, o porque, muchas veces, uno se empantana y no termina de redondear sus creaciones: las deja en el aire o en el sótano de la memoria.
Todo en la vida está preñado de contradicción y fracaso. Y esto tiene que ver mucho con la carta que me envió el escritor Fernando Ampuero en la que me informó que en este mundo nadie triunfa. "El triunfo es una ilusión óptica, ya que la humanidad ha perdido el carnet de trascendencia. Uno no debe buscar eso. Uno solo debe buscar hacer las cosas cada día mejor. No temerle al fracaso. El fracaso es un cómplice, un aliado: muchas veces nos da una mano para salir del hoyo. Como decía el gran Cortázar, la vida es caer y levantarse". Después de tantas caídas… ojalá este cuento me haya servido a volver a levantarme (o, al menos, creer que así fue). Miro de reojo a mi aliado y empiezo otra vez a escribir. Entonces Bolaño tenía razón... y faltar al universidad sí valió la pena.

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