—¿Por qué todas tus historias son tan tristes, mamá? —fue la primera pregunta que me hizo y quizá la que nunca le supe responder. —No lo sé —y me prometía a mí misma imaginar historias con finales felices para las noches siguientes. Era una tarea ilusoria, porque siempre me dejaba ganar por la truculencia y los reveses.
Él está por cumplir treinta años. Pero sigue aquí, pidiéndome que no apague la luz, comportándose como un párvulo tremendista o un anciano derrotado por el vicio: yo le ruego que haga su tesis, que se titule, que la gente lo pueda llamar ingeniero; y que se olvide para siempre de sus frustraciones y de esa obsesión por ser escritor que lo está matando. ¡Nos está matando!
En realidad, lo que lo está matando es el alcohol: cada día que pasa, mi hijo se parece más a su padre. Mi hermano, que es el psiquiatra de la familia, me dijo que va camino a superarlo.
No voy a permitir que lo supere. Puedo permitir todo, menos eso.
He aprovechado que está resfriado: molí veinte pastillas de alprazolam y las
mezclé con su jarabe:
—Esto está demasiado amargo —me dijo hace un instante y
se recostó dándome la espalda. Tengo el pálpito de que intuye algo porque él
siempre me mira y me conversa; toma mis arrugadas manos y me habla de sus viejas
y consabidas desazones y yo le digo que la vida es dura, que vaya al grupo (así
llamamos eufemísticamente a los Alcohólicos Anónimos) y que supere esa maldita
enfermedad. Nunca me escucha… Se parece tanto a su padre.
—¿Por qué me das
la espalda, hijo?
—Porque ya no puedo más.
—Todavía tienes a tu madre
para cuidarte, no lo olvides.
—Quisiera que me duerman, una cura de sueño,
no sé, salir de esta cárcel.
—Ya me he encargado de eso —le dije sin
pensar.
—¿A qué te refieres, mamá?
—A nada, no me hagas caso —me excusé—.
¿Todavía recuerdas aquella historia del perrito Solosín?
—Claro que la
recuerdo, a veces pienso que yo soy ese perro.
—¡Qué tonterías
dices!
—Creo que tienes razón: he estado pensando que lo mejor que puedo
hacer para salvarme es retomar la tesis. No me interesa ser ingeniero, tú lo
sabes mejor que nadie, pero quiero conseguir un trabajo. Quiero salir de la casa
y olvidarme de todo, ¡de absolutamente todo!, empezando por mi papá.
—¡La
tesis!
—Sí, la tesis, mamá. La maldita tesis, ¿no es eso lo que quieres? Sé
que no vas a morir tranquila si no me titulo. Pierdo el tiempo tratando de
escribir una novela que nunca me sale…, leyendo libros que se me caen de las
manos, hay que ponerle un alto a todo. Quiero cambiar.
—Hasta podrías volver
a buscar a Fiorella —añadí como completando el ensueño—. Yo creo que si te ve
trabajando volvería a tu lado, tú sabes todo lo que te quiere esa niña, porque
todavía te quiere. Ella ha sido un regalo del cielo.
—Fiorella —suspiró,
amodorrado—. No sabes cuánto extraño a Fiorella.
—¿Quieres que la
llame?
—No, mamá, son las once de la noche. Déjala dormir, no le ruegues que
vuelva, estoy harto de que hagas eso. Entiende: ella nunca volverá. Al final, yo
no soy para ella ni ella es para mí. Soy un solitario, no tengo a nadie, sólo a
ti… que no eres nadie.
Se calló.
—¡Qué fuerte ese jarabe! —exclamó—. Me ha tumbado, creo que no
tomaré la pastilla de alprazolam…
—Sí, con el jarabe es suficiente.
Acomodó ligeramente la almohada, se persignó y empezó a dormir.
Un sudor frío me subió por la espalda. Todavía estaba a tiempo de llamar al hospital o, en todo caso, tomar un taxi y llevarlo a emergencias. No todo estaba perdido, lo importante era actuar rápido y sin titubeos.
De la otra recámara llegaban los ronquidos de mi marido que dormía plácidamente su última borrachera. Deseé haberle dado ese preparado a mi esposo. Pensé miles de cosas en silencio, sumida en un limbo perverso, hasta que el ladrido de un perro callejero me volvió a la realidad.
Algo, ¡había que hacer algo cuanto antes! Atiné a besarlo en la mejilla y
apagué la luz del velador. A oscuras sentí que la muerte se iba presentado de a
pocos, a cuentagotas. Cerré los ojos, me prometí corregir el final, y
empecé:
—Había una vez un hermoso perrito llamado Solosín…
Orlando Mazeyra Guillén, Perú © 2009
mazeyra@gmail.com
Click here to see the English translation of this story
Para enviar un comentario sobre este cuento pulsar
Para ver lo que los lectores han dicho sobre este cuento pulsar
Otros cuentos del autor en Proyecto Sherezade: