Quiere aprender a escribir. Otra aspirante a escritora. Hay tanta gente que se me aproxima con el deseo de aprender a escribir. Todo es una suma de malentendidos. ¿Cómo enseñarles algo que ni yo mismo sé hacer?
—Poco a poco —le digo a manera de consejo manido—, ten paciencia. Lee mucho.
—Leo todos los días. Me ayuda mucho para olvidarme de la depresión que siempre está rondando…
—¿Qué te deprime, Eliana?
Me habla de un viejo trauma infantil. Sus padres discutían mucho y le dejaron en claro que ella era un estorbo. «Mis propios padres me hacían bullying», me dice. Un día se enteró de que su padre le ofreció a su madre la opción de un aborto en una buena clínica. Algo seguro. Confiable. Ambos estaban decepcionados del amor cuando se conocieron:
—Mis padres eran dos corazones rotos. ¡Nunca metas la pata, por favor! A mis papás les ganó la calentura y, zas, mi madre quedó embarazada. O «preñada», como le dice papá cuando discuten delante de mí. Soy una hija no deseada… ¡Vaya mierda! Ellos nunca se quisieron de verdad. Eso me hace sentir tan mal que, en venganza, hago cosas feas… Muy feas, en serio.
—¿Qué tipo de cosas?
—Imagino la muerte de ambos. A veces hasta escribo cosas horribles… creo que hasta tú te asustarías si lo lees…
—No lo creo.
—No me conoces nadita, eh… En el fondo soy un monstruo.
—Me quieres impresionar, Eliana —le digo—. Y eso no va a ser fácil porque no estás siendo original.
—Te puedo mostrar lo que escribo pero dejarías de hablarme. Te asustarías… ya me ha pasado.
—¿Y qué sientes cuando escribes?
—Como una liberación poderosa y también me produce muchísimo placer, siento que me vengo de ambos. También escribo para vengarme de David.
—¿Y quién es David?
—Mi ex. Lo único bueno que hizo por mí esa basura fue enseñarme a fumar weed, ¿sabes?
—¿Weed? —pregunto en el colmo de mi infinita ignorancia.
—Hierba, pues. Tengo mi propia pipa, así que si te animas algún día podemos fumar juntos. Es muy relajante y ayuda a dormir bien.
Le digo que por ahora paso, no me interesa fumar marihuana (o «weed» como le llama ella). Entonces Eliana vuelve a la carga: «Cuando lo conocí fui demasiado feliz, él me salvó, quiero creer que volverá».
Pienso en Kierkegaard en voz alta:
—La vida hay que vivirla hacia adelante pero sólo se puede comprender hacia atrás.
Me entrega un retazo de papel bond manchado con chicha y se aleja despacio. Hay un breve texto escrito a mano con letra imprenta: «Tengo un poder especial. No soy como la gente normal. Sé cómo vas a morir y te lo puedo decir hoy mismo. No te voy a cobrar dinero. Es gratis. Cuando lo sepas te vas a desesperar. Todos se desesperan y precipitan las cosas. No lo pueden asimilar. ¿Crees en la parapsicología? Yo creo en mí. Soy un monstruo… pero no tanto como tú. Lo sabes. Lo sé. Entérate: poca gente es más despreciable que yo. ¿Estás listo o vas a dejar de hablarme como todos?».
Tengo miedo, un terror desbocado. ¿Por qué si son sólo palabras escritas precisamente para impresionar de una forma tan pueril? De pronto ella voltea para mirarme y yo agacho la vista. ¡Vete de acá, malparida!, pienso y quizá Eliana me lee la mente… por eso presiento que sonríe mientras yo siento que el corazón se me sale del pecho.
—Ahora es cuando empiezas a correr —me advierte sin mover los labios y no hago otra cosa que cumplir con sus palabras. Cuando llego a casa busco las llaves en mis bolsillos y encuentro una pipa que se me cae de las manos… la pipa de Eliana llena de hierba.
Orlando Alonso Mazeyra Guillén, Perú © 2018
mazeyra@gmail.com
Ilustración realizada por Enrique Fernández
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